“Tosca”, años treinta
Festival de El Escorial
“Tosca”, años treinta
“Tosca” de Puccini. M.Guleghina, S.Murzaev, A.Agadi, E.Ulanov, A.Nikitin, etc. Orquesta y Coros del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. P.Curran, dirección escénica. P.Edwards, escenografía y vestuario. V.Gergiev, dirección musical. Teatro de El Escorial. Madrid, 8 de agosto.
La “Tosca” ofrecida por las huestes del Mariinsky en El Escorial no sólo sitúa la acción en la Italia fascista de los años treinta del pasado siglo, sino que en muchos sentidos transporta al espectador a cómo se hacía la ópera por aquellos años. Así, de entrada, en la incomprensible duración: una ópera de menos de dos horas no puede alargarse hasta tres y media. Así en los simples pero enormes decorados de cartón-piedra, el desarrollo escénico y, por encima de todo ello, por el carácter, voz y forma de cantar de la protagonista femenina. María Guleguina es artista de otros tiempos. Posee una voz sólida en sus registros y con caudal a las que hoy, por desgracia, no estamos acostumbrados. Su concepción escénica, para entendernos, no difiere mucho del enfoque que una de nuestras grandes folclóricas podría plantearse. La lucha de Guleguina con su traje de los actos II y III era como la de las copleras con la bata de cola. Pero cantó con personalidad y gran poder, ofreciendo un “vissi d’arte” cargado de fortes, pianos, notas prolongadísimas y sentimiento. Muy a la antigua usanza, brillante y emotivo. Otra frase inolvidable: “E vedi…io piango” del primer acto. Sergei Murzaev resultó una gratísima sorpresa en su Scarpia tosco, campechano, sin distinción alguna y con una voz enorme, acorde con Guleguina. Encajó tal concepción en esta producción, pero no le impidió matizar bastante en el segundo acto. Ambos bordaron el centro de la ópera. Al lado de tales monstruos vocales desmereció el tenor Akhamed Agadi, con una débil primera octava y escasa línea de canto, flojísimo el “Amaro sol…”.
Gergiev dirigió con la sangre que esta obra precisa sin olvidar el lirismo de algunos momentos, donde supo plegar sonidos y siempre construir tensiones. No lo logró el día previo en la tercera sinfonía de Mahler, salvo en su bien resuelto final. No puede uno levantarse en Salzburgo y viajar hasta El Escorial para dirigir una obra de tanta enjundia sin haberla ensayado y con suplentes en muchos atriles. Hubo fallos notorios en entradas y notas rozadas que desmerecieron planteamientos e impidieron el buen concierto que pudo ser y no fue. El público, en su mayor parte, disfrutó ambos acontecimientos y espera ahora “El viaje a Reims” y el popular concierto final con Tschaikovsky y Stravinsky. Gonzalo Alonso
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