Tras la perfección barroca
Quincena donostiarra
Tras la perfección barroca
Obras de Charpentier y Purcell. Soistas, Les Arts Florissants. W.Christie, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 31 de agosto.
El estadounidense William Christie, hoy ciudadano francés, se ha convertido en uno de los más prestigiosos defensores de la música de los siglos XVI y XVII, habiendo encontrado un concepto de perfección, homogeneidad e interés escénico que representa un nuevo enfoque para el acercamiento a Monteverdi, Scarlatti, Purcell o Haendel. En 1979 creó Les Arts Florissants, agrupación coral e instrumental que, junto al proyecto de “El Jardín de las voces”, viene proporcionando veladas de referencia, sobre todo cuando los recintos reúnen unas características de recogimiento e intimidad acordes con estas músicas.
El repertorio elegido para el presente concierto, ofrecido días antes en Santander y en Zaragoza en posteriores, ofrecía el personal colorido armónico y extrovertido del compositor francés Marc-Antoine Charpentier (1643-1704) contrastándolo con el más interiorizado del inglés Henry Purcell (1659-1695). No hubo en esta ocasión lugar para esas pequeñas puestas en escena que otras veces tanto han amenizado sus conciertos, aunque en la segunda parte existiese la variación de encontrar al propio Christie al teclado del clave. Sorprendió la disposición del coro, con cuerdas contrapuestas, y se echó de menos una mayor autoridad vocal en los solistas, buena parte de ellos miembros de Les Arts Florissants. El bajo Neil Davies y el tenor Paul Agnew eran los que han alcanzado mayor vuelo propio, aunque el timbre de este último deje mucho que desear en cuanto a belleza del color. Y es que una cosa es la homogeneidad de las voces dentro de un coro –y da gusto escuchar al de Christie- y otra la calidad de las voces individuales a la hora de abordar partes solistas. Eso es otro cantar y Christie debería complementar mejor sus recursos musicales.
Por lo demás se disfrutó de interpretaciones frescas, fluidas y con una aparente espontaneidad que habla muy bien del trabajo realizado en muchas horas. Hubo momentos tanto en ese “Juicio de Salomón”, en el que se relata la sabia decisión del rey ante la disputa de las dos mujeres por el niño vivo, como en los fragmentos de “Dido y Aeneas” en los que el estómago se encoge ante tanta belleza, ante el recogimiento y el exquisito control con el que fluían las músicas. No pudiendo calificar el espectáculo con la matrícula de los ofrecidos en Madrid en los últimos tres años, sí mereció claramente el sobresaliente. Gonzalo ALONSO
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