Critica: Truls Mork, el clamor de la verdad
Truls Mørk, el clamor de la verdad
ORQUESTRA DE VALÈNCIA. Truls Mørk (violonchelo). Alexander Liebreich (director). Programa: Obras de Evangelista (O Gamelan), Dvořák (Concierto para violonchelo y orquesta), y Schubert (Sinfonía número 3). Lugar: València, Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.200 personas. Fecha: jueves, 17 febrero 2022.
Concierto inolvidable. Truls Mørk, violonchelista admirado, que ya debutó con la Orquestra de València, el 7 de noviembre de1997, con el Primer concierto de Shostakóvich dirigido por Yoav Talmi (es falso lo que indica el currículo incluido en el programa de mano, que afirma erróneamente que su presentación en España fue en 1999, con Andrew Davis y la Sinfónica de la BBC), ha regresado a la capital del Túria, en esta ocasión con el rey de los conciertos para violonchelo, el Dvořák. El violonchelista noruego, nacido en Bergen, en 1961 y un número uno en el universo violonchelístico contemporáneo, sufrió en 2009 la pesadilla de tener que dejar instrumento y carrera por una dolencia del sistema nervioso central, que le produjo la parálisis de los músculos de hombro del brazo izquierdo y la consiguiente interrupción de su actividad concertística. Después de 18 meses, pudo retomar, muy lentamente, su actividad musical.
Esta vivencia sin duda ha afectado a la personalidad artística y vital de un artista que antes y después de la enfermedad fue modelo dentro y fuera del escenario. La melancolía sin demagogia, la pureza, fuerza y originalidad de su versión del mil veces escuchado Concierto de Dvořák son deudoras evidentes de tan dramática experiencia vital. La madurez y verdad que siempre han distinguido el violonchelo noble de Mørk se sienten ahora subrayadas por la felicidad extraña, deudora del dolor, de la que elucubra el Eclesiastés. La apariencia sobria (Mørk recuerda al gran János Starker), quizá en ocasiones hasta rígida, vaticina frialdad. Falso. Truls canta a Dvořák henchido de melancolías, añoranzas y resonancias románticas. Escucha a la orquesta, al maestro, se implica y explaya en un fraseo genuino, cuya efusividad de verdad se antoja remota a cualquier efectismo o recurso fácil. Abundaron los momentos de enorme delicadeza, de sutilezas extremas, conciliados magistralmente con el fulgor romántico y los resplandores sinfónicos de la obra maestra, ya evidenciados desde su primera y radiante intervención.
La emoción del verdadero arte, el que sale del alma de la música y no de la búsqueda del éxito y el efecto, contagió a todos los que casi completamos el aforo del Auditori del Palau de les Arts. La ovación y los bravos que escuchó Mørk alcanzaron el clamor; el clamor de la verdad. Tanto entusiasmo no alcanzó, sin embargo, a arrancar del admirado solista ni un solo bis. Tras bastantes salidas y entradas a saludar, el solista hizo definitivo mutis. Es fácil imaginar que la razón respondía más a secuelas de la enfermedad -y al agotamiento del concierto- que a la racanería.
La excelencia de Truls Mørk encontró fiel complemento en una crecida Orquestra de València que, de la mano de su titular Alexander Liebreich, cuajó una colaboración de evidentes virtudes. Extraordinaria sin reservas la trompa de María Rubio (para el recuerdo queda su solo inicial) y un escrupuloso Alexander Liebreich que escuchó e hizo cantar con empatía, elegancia y lirismo el caudal expresivo que desprendía el solista.
Antes, en su primera parte, el programa reunía dos obras tan disímiles como el rancio y decepcionante O Gamelan, del valenciano José Evangelista (1943), que se escuchaba con carácter de estreno en España, y que no es sino un batiburrillo de resonancias entre las Saudades de Milhaud, los fervores balineses de Messiaen y dios sabe qué, y la joven y magistral Tercera sinfonía de Schubert. Escribe el querido colega Joaquín Guzmán en las -como siempre en su caso- estupendas notas al programa, que esta sinfonía, compuesta con 18 años y en apenas una semana, “ya presagia, aunque de forma esbozada, lo que vendrá más adelante”. Pero esta sinfonía maestra, escueta, limpia de retórica, de aromas refinadamente populares, es una cúspide en sí misma, que “presagia”, sí, pero que es, en sí misma, obra de arte que poco o nada tiene que envidiar a las sinfonías venideras.
Liebreich la afrontó con esa naturalidad, cercanía y solvencia que tanto le define en el podio. Con tiempos vivos, que no robaron chispa ni genio al estupendamente dicho Menuetto, tampoco vigor y fondo a un presto final cargado de ligereza clásica y prestancia ya casi romántica. Quizá la sección de cuerdas resultaba excesiva, decisión en la que posiblemente pesaron la espaciosa dimensión de la sala y su singular acústica. Acaso por ello, los violines, no alcanzaron la precisión y claridad deseables, particularmente en el Allegro con brio del primer movimiento. Sí hubo intervenciones solistas particularmente destacables, como las del nuevo y bienvenido fagot solista, Ignacio Soler. ¡Bravo! Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 19 de febrero de 2022.
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