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Por Publicado el: 05/12/2016Categorías: En vivo

Turandot o los excesos de La Fura dels Baus

TURANDOT (G.PUCCINI)

Nationaltheater de Munich. 3 Diciembre 2016.

Esta representación de Turandot me ha resultado en gran medida decepcionante, ya que la producción escénica me sigue pareciendo superficial, caprichosa y excesiva, mientras que el reparto vocal ha ofrecido más sombras que luces. Únicamente la dirección musical me ha conseguido convencer, pero solo en el último acto.

La producción lleva la firma de La Fura dels Baus, con dirección escénica de Carlus Padrissa, y se estrenó aquí en Noviembre de 2011, habiendo sido recibida sin entusiasmo por parte de la crítica. A mi parecer se trata de un espectáculo fallido, que se queda en la superficie de las cosas y que no pretende otra cosa sino ser protagonista del espectáculo o epatar, como ustedes quieran.

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Escena

A una producción escénica en ópera hay que pedirle que se ponga al servicio del libreto y la partitura para narrar la historia, usando amplios grados de libertad, pero uno pretende siempre salir del teatro comprendiendo cuál ha sido la idea directriz del responsable escénico y qué ha pretendido decir al espectador. Nada de esto ocurre en la producción de Turandot que nos ocupa. La producción es un puro exceso, aparte de la presencia de patinadoras en escena, en la que estamos ante el movimiento continuo, como si La Fura sintiese terror ante el vacío. Todo se mueve y de manera continuada, excepto los cantantes. Cuando no tenemos patinadores, tenemos danzantes, o bien figurantes subidos en trapecios o tramoyistas poniendo cables de seguridad a sus compañeros, o bien proyecciones permanentes, para cuyo disfrute se entregan unas gafas de plástico a los espectadores, con instrucciones para usarlas en la pantalla de los sobretítulos. Por tanto, a este movimiento permanente hay que añadir el ruido de los espectadores en busca de las gafas. Desde mi punto de vista no hay nada más en toda la producción, sino afán de protagonismo por parte de los componentes de La Fura. A una producción hay que exigirle que no moleste el desarrollo musical y ésta se caracteriza por todo lo contrario.

La Fura parece haber sido la responsable de presentar la versión original de Turandot, la estrenada en la Scala, lo que no me parece que tiene una lógica clara. Me parece muy bien querer ser respetuoso con el compositor, que bien sabido es que no terminó la ópera, pero resulta sorprendente que Carlus Padrissa se ponga exquisito en este aspecto después de haber hecho en escena lo que le da la gana. Efectivamente, el acto I se desarrolla en un polideportivo con supuesto partido de hockey sobre hielo. En el segundo acto Calaf usa una tableta para resolver los enigmas y anteriormente los tres ministros nos han aparecido borrachos o casi. En el tercero, Liú no se suicida sino que muere en la tortura y, por cierto, empalada.

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Escena

La escenografía de Roland Olbeter apenas presenta otra cosa que un gran arco para la escena de las adivinanzas. El vestuario de Chu Uroz resulta muy colorista y divertido, lo mejor de la producción para mi gusto. Los videos de Franc Aleu no tienen interés y molestan notablemente. Finalmente, la iluminación de Urs Schönebaum resulta interesante, a ratos. Por supuesto, al final tenemos a los fureros ofreciendo la consabida tela de araña en escena. La dirección escénica de Carlus Padrissa es inexistente. No se ocupa sino de mover figurantes, quedando el coro como si estuviéramos en un concierto con vestidos y los cantantes quedan abandonados a su suerte.

La dirección estuvo de nuevo encomendada a Dan Ettinger, cuya lectura me resultó un tanto irregular. Hubo superficialidad y exceso de sonido durante los dos primeros actos, mientras que las cosas mejoraron notablemente en el tercero, dirigiendo con sensibilidad y mimo toda la escena de la muerte de Liu. Le vi dirigir esta producción aquí hace 4 años y la sensación fue exactamente la misma que ahora, lo que significa que Dan Ettinger no ha profundizado mucho en la partitura. Buenas las prestaciones de la Orquesta y del Coro de la Bayerische Staatsoper.

La Princesa de Hielo tenía que haber sido la gran Nina Stemme, pero por razones desconocidas para mí canceló, siendo sustituida por la británica Catherine Foster. No es fácil sustituir a Nina Stemme, pero el cambio no ha sido suficiente. He encontrado a Catherine Foster con el timbre muy metálico, corta en graves y poco expresiva en escena, como si no hubiera habido ensayos. La prefiero de lejos en óperas de Wagner.

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Escena

En la parte de Calaf he vuelto a encontrarme con el tenor italiano Stefano La Colla, a quien he encontrado con sus virtudes y defectos de siempre. Entre los primeros hay que señalar que su voz es importante, ancha y bien timbrada, no teniendo problemas para llegar al DO. Entre sus defectos está el mayor de todos, consistente en su falta absoluta de expresividad en escena, a lo que hay que añadir una falta de musicalidad notable y un cierto engolamiento en el centro. Una vez un famoso cantante me dijo que para cantar ópera hace falta incluso voz. Stefano La Colla tiene solo voz. La diferencia es importante.

Lo mejor del reparto fue la Liú de la soprano sudafricana Golda Schultz, a quien venía de escucharla en la Scala en la parte de Susanna en Le Nozze di Figaro. La voz es atractiva y adecuada al personaje, canta con gusto y es capaz de apianar.

El bajo croata Goran Juric fue un Timur de voz un tanto basta, especialmente en sus intervenciones en el primer acto.

Las tres máscaras fueron interpretadas por Andrea Borghini (Ping), Kevin Conners (Pang) y Matthew Grills (Pong). Lo hicieron bien, aunque el primero mostró una voz mal emitida.

En los personajes de contorno, Ulrich Ress fue un adecuado Altoum, mientras que Anatoli Sivko fue un correcto Mandarín.

El teatro volvió a colocar el cartel de No Hay Billetes. El público dedicó una cálida acogida a los artistas, especialmente a Golda Schultz y a Stefano La Colla.

La representación comenzó con los consabidos 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 42 minutos, incluyendo dos largos intermedios. Duración musical de 1 hora y 44 minutos. Hay que tener en cuenta que se cortó todo el final de Alfano. Ocho minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 163 euros, habiendo butacas de platea desde 91 euros. La entrada más barata costaba 39 euros. José M. Irurzun

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