Uchida y Sokolov: Dos maneras opuestas de ser genial
HAYDN: Sonatas nºs 32, 47 y 49. SCHUBERT: Impromptus D. 935. (+seis bises). Grigori Sokolov, piano. D.G.
BEETHOVEN: Variaciones Diabelli. Mitsuko Uchida, piano. Decca.
Universal acaba de publicar dos discos con interpretaciones de los pianistas Grigori Sokolov y Mitsuko Uchida, dos artistas de largo recorrido discográfico e importante presencia en las salas de concierto españolas, en las que año sí año también se presentan ante un público absolutamente entregado en el caso del leningradense y no sé si tanto en el de la japonesa. Son, en todo caso y cada uno en su medida, dos artistas de culto, que además pertenecen a la misma generación: Sokolov cumplirá en unos días setenta y dos años y Uchida, en diciembre, 74. Tiene su morbo, pues, fijarse en ellos tomando como excusa sus grabaciones.
La de Sokolov contiene la toma de un concierto celebrado en la Sala Haydn del Palacio de Esterházy, en Eisenstadt, el 10 de agosto de 2018. Y el programa no puede ser más apropiado: las sonatas nºs 32, 36 y 47 de Haydn y la serie de Impromptus de la D.935, de Schubert. Naturalmente, y como es habitual en los recitales de Sokolov, con una interminable ristra de bises que enloquecieron todavía más a los ya entregados asistentes (un Impromptu de la serie D.899, una pieza de Rameau, una marcha de Schubert, un Preludio de Chopin, una pieza del diletante ruso Aleksandr Gribodeyov y un Preludio de Debussy). Por su parte, el disco de Uchida es de obra única, las Variaciones sobre un vals de Anton Diabelli, de Beethoven, en un registro (creo que sin público) en la sala Snape Maltings, de Suffolk, un recinto que se construyó a instancias de Britten, que fue inaugurado en la edición de 1967 del Festival de Aldeburgh y que, al parecer –motivos tiene, desde luego, pues posee una especial sonoridad- adora Uchida. Son, pues, dos grabaciones que, de alguna forma, invitan a ser estudiadas, disfrutadas, admiradas y, por supuesto, comparadas en un solo comentario.
El punto de partida sería referirse a aquello que más resalta en las maneras en que ambos abordan el instrumento; en lo apabullantemente indiscutible, que es todo lo que huela a piano. Son de una perfección técnica endiablada; un sonido excelso, variado, potente, de mil colores y matices y una maravillosa y siempre fascinante capacidad discursiva. Sin embargo, tal observación se convierte en obviedad si comparamos tales virtudes objetivas con aquello que al final más nos debe de interesar, creo yo, no otra cosa que la forma en que emiten sus mensajes. Son, en este sentido, dos pianistas, dos músicos, que se expresan de manera muy distinta, pero que, ambas, producen resultados que se pueden calificar de excepcionales. ¿Cuál es la diferencia? Con Sokolov y Uchida estamos ante dos intérpretes que conciben el seguimiento interpretativo de la música escrita de maneras casi opuestas. Lo genial en Sokolov reside en el valor que este aplica a la subjetividad, a la relectura de lo escrito en la partitura, a los cambios de tempi, a una generosísima valoración de los signos agógicos, a las gradaciones volumétricas, a la forma de “picar” las notas, de planificar las escalas, de rematar las frases, de acentuar, a veces con un cuidado casi enfermizo, otras en ataques furibundos… Uchida es todo lo contrario: es la comunión con lo escrito, la seriedad clásica, la elasticidad discursiva controlada, la gradación volumétrica adecuada, la transición perfecta. Desde un punto de vista crítico, las dos opciones me parecen admirables; la primera porque supone ese milagro que consiste en aupar la creatividad hasta lo indecible sin perder la esencia estilística; y la segunda, por mantener esas esencias sin recurrir exactamente a lo contrario para conseguir un altísimo grado de creatividad y unicidad.
Pero como soy consciente de que el lector de una crítica siempre espera una opinión personal, una vez dada la opinión crítica, necesariamente alejada de los gustos de uno, no me importa dar la que sí tiene que ver con ellos. A mí me ha gustado más el disco de Uchida que el de Sokolov. Son dos artistas a los que sigo desde años, y creo que no han cambiado mucho en sus personalidades musicales. Sí han avanzado mucho en técnica (más depurada y menos volcánica en el caso de Sokolov, más equilibrada y clásica en el de Uchida), pero sus ideas sobre los músicos clásicos no han variado mucho. Lo que creo que han hecho es llevar sus ideas al límite. El Schubert de Sokolov está ahora mucho más paladeado, fraseado con mucho más cuidado, más amable (algo que no me gusta especialmente), considerablemente menos nervioso y mucho más lento y reposado. Y su Haydn, siendo un portento en la planificación y fraseo, adolece a veces de ciertos ataques galantes con los que no me siento muy a gusto, particularmente en la forma de abordar los remates y las acentuaciones en las escalas. En cambio, escucho de un tirón las Variaciones Diabelli de Uchida y veo a un pianista que va hacia el futuro; que no aborda la música mirándose el ombligo, que no rastrea los fondos para descubrirse a sí mismo sino para descubrir la música, virtud esa de mirarse ante el espejo de quien antepone su propia filosofía personal a la del compositor a quien sirve. Por decirlo en dos palabras: celebro más a quien hace música que a quien se mira a través de ella. Uchida acumula no menos virtudes técnicas que Sokolov, pero como intérprete, como traductor del autor, me parece más fiel: sus Variaciones Diabelli son, para mi gusto, las mejores que he escuchado en los últimos años. El Haydn y el Schubert de Sokolov no están entre los mejores de entre mis favoritos. Pedro González Mira
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