¿Un Anillo de hojalata?
Festival de Bayreuth
“El oro del Rhin” de Wagner. F.Struckmann, R.Lukas, C.Bieber, A.Bezuyen, K.Youn, J.Korhonen, A.Shore, G.Siegel, M.Breedt, S.Vihavainen, M.Fujimura, F.McCarthy, U.Heizel, M.Prudenskaja. Orquesta del festival. F.P.Schlössmann, estenografía. B.Skodzig, vestuario. K.Matitschka, luminotecnia. T.Dorst, dirección escénica. C.Thielemann, dirección musical. Bayreuth, 26 de julio.
“Manzanas podridas” fue mi titular en la crítica de la primera jornada de la “Tetralogía” de Flimm, próximo sustituto de Ruzicka en el Festival de Salzburgo, en la última producción en Bayreuth en 2000. Fue una crítica dura que se confirmó más tarde en los tres siguientes títulos. Me vino esto a la memoria al ver como ahora Loge, el dios de la inteligencia, exprimía con una mano una manzana tras la entrega a los gigantes de Freia, la diosa de la juventud, en virtud del pacto previo y como pago por haber construido el Walhala, la futura morada de los dioses. Era la forma en que Tankred Dorst mostraba escénicamente el paso del tiempo en los dioses al haber vendido la juventud. No quisiera ser ahora tan duro como entonces. Demos tiempo al tiempo y esperemos a conocer el resto del ciclo para emitir un juicio completo. Quizá sea eso lo deseado por el propio Dorst, el octogenario director teatral que nunca se asomó a la ópera y quien recibió el encargo hace unos dos años de realizar este “Tetralogía” tras la espantada de Lars von Trier. En contra de la costumbre no salió a escena a saludar al término de la representación. Puede que mi interpretación sea correcta o puede que no se sintiese satisfecho con el trabajo realizado. Ya veremos si el título que de momento me merece su labor –“El anillo de hojalata”- se confirma o no. Un año de trabajo para que alguien no habituado a la ópera y al mundo wagneriano es muy poco para poner en pié con coherencia y originalidad la obra que al compositor le llevó de 1852 a 1874. Adelantemos que hay pocas ideas –un par por cuadro- y no brillantes, con un hilo común: la existencia de un mundo de dioses/ideologías/prejuicios que existe a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. De ahí que en las cuatro escenas de la primera jornada se mezclen el mundo mítico wagneriano y el nuestro, casi como fantasmas y realidad en “El sexto sentido” o “Los otros”, por medio de un turista fotógrafo, un maquinista o unos niños jugando a lo mismo que Fafner y Fasolt. Por lo demás resulta tan sugerente el cuadro de las ondinas con un realista y rocoso fondo del río y la superficie del mismo vista desde dentro en la parte superior del escenario, como pobre la azotea del edificio –luminoso incluido- donde moran los dioses. El mundo nibelungo del subsuelo da poco de sí.
En el reparto canoro hay un gran fallo: la falta de contraste entre las múltiples voces graves masculinas (Wotan, Donner, Alberich, Fasolt, Fafner). Todos responden a la misma topología de bajo-barítono y resulta decepcionante que esto suceda en Bayreuth. De hecho estos Fasolt y Fafner son de lo peorcito escuchado en años. Falk Struckmann logra salir airoso como Wotan, aunque la voz no sea la ideal. Discretos sin más los tenores Arnold Bezuyen y Gerhard Siegel, como Loge y Mime respectivamente. Entre las mujeres sobresalen las Fricka y Erda de Michelle Breedt y Mihoko Fujimura.
Puestas así las cosas era lógico que el público se volcase con Thielemann, por más que su compacta lectura no alcanzase las sutiles transparencias y refinamiento del joven Karajan ni la contundencia del joven Solti. Y no es cuestión de retroceder más. Hay sin embargo una cosa cierta: él y los cantantes tratan de suplir con música lo que falta en la escena. Pero ¿es eso acaso lo que se espera de Bayreuth? Gonzalo Alonso
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