Un “Don Carlo” en Bilbao con perfumes escurialenses
Inauguración temporada de ABAO
“Don Carlo”, reflejos escurialenses
“Don Carlo” de Verdi. R.Aronica, A.Raspagliosi, R.Scandiuzzi, V.Stoyanov, M.Cornetti, L.O.Faria, etc. Coro de la Ópera de Bilbao y Orquesta Sinfónica de Bilbao. G. del Monaco, dirección escénica. R.Frizza, dirección musical. Palacio Euskalduna. Bilbao, 18 de septiembre.
“Don Carlo” llega al proyecto “Tutto Verdi” y, como no podía ser menos, para abrir la temporada, aunque haya habido que apretarse el cinturón y posponer la versión francesa en cinco actos. Aún en italiano y con sólo cuatro actos no es fácil encontrar un reparto ideal con prestaciones importantes para tenor, soprano, mezzosoprano, barítono y dos bajos. Casi nada si además han de cantar Verdi. De ahí que, máxime dadas las limitadas alternativas actuales, haya que conformarse con el programado en Bilbao, suficiente que no esplendoroso. Roberto Aronica mostró valentía, impulso y alguna dificultad al cantar piano en el dúo final. Se había anunciado a Cedolins como Elisabetta, pero tras su temporal retiro, fue sustituida por Annalisa Raspagliosi, voz muy musical cuyo color recuerda a una Freni pero con la mitad de caudal. Marianne Cornetti, Éboli consistente, padeció la lentitud de tempos en la “canción del velo” pero se desquitó en el “O don fatale”. Vladimir Stoyanov fraseó bien la escena de la prisión con medios no excepcionales. Roberto Scandiuzzi volvió a ser uno de los mejores Felipe II del presente, años luz por encima del Inquisidor de Luiz Ottavio Faria.
La firma de Giancarlo del Monaco es siempre una garantía. Si se posee inteligencia, se conoce, no ya los libretos, sino cómo los compositores quisieron contarlos en sus músicas y se desea ser fiel a ello, siempre se lograrán propuestas escénicas cuanto menos razonables. Lo es ese “Don Carlo”, elegante de principio a fin en decorados, vestuario e iluminación y lleno de perfumes escurialenses aunque la acción no trascurra verdaderamente allí. La sala de batallas, el enorme Cristo desnudo de Cellini y el grupo escultórico real del altar mayor de la Basílica que se contempla desde la cámara privada del rey, recuerdan un monasterio del que sólo faltaba incorporar un esquinazo del jardín de convalecientes para el gran trío del acto I. La acción, que empieza y termina con la estatua de Carlos V del Prado, queda enmarcada en un cubo gigante cuyas puertas abren ágilmente los diferentes escenarios con un solo descanso. En la dirección actoral hay detalles significativos como la aparición del Inquisidor con signos de acabar de flagelarse o la llegada a medio vestir de Éboli y Posa cuando el rey pide socorro para la reina en pleno amanecer. Fuera de la tradición y muy en el espíritu de la leyenda negra, la muerte del infante a manos de su padre.
Hubo ovaciones para todos y ninguna protesta, pero el éxito habría sido más redondo si Riccardo Frizza hubiese puesto más pasión en su batuta, mortecina especialmente en la primera parte, y los desajustes en coro y orquesta menos ostensibles. Gonzalo Alonso
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