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Incredulidad
Por Publicado el: 26/04/2007Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Un fiasco

Un fiasco
Gustav Leonhardt volvió al Escorial en Semana Santa. Durante los ochenta fue una figura muy ligada al Real Sitio, siendo protagonista en unos cursos barrocos inexplicablemente desaparecidos. Acudían a ellos muchos jóvenes que hacían cola para agotar las trescientas localidades del Teatro Carlos III. Han pasado veinte años y Lenhardt se ha encontrado con un público no más numerosos pero sí de más avanzada edad, más o menos desperdigado por la sala de un nuevo teatro de casi mil doscientas localidades. Habrá pensado que no hemos sido capaces de crear más afición aunque hayamos demostrado tener más dinero para la obra pública. Pero se equivocaría, como se equivocó Teresa Berganza en una reciente entrevista en la que opinaba sobre el sentido que tenía haber construido un monumental teatro en una villa que apenas lograba llenar la bombonera del Carlos III en los cuatro conciertos que ofrecía. Y es que la cuestión tiene mayor profundidad.
La Administración no quiso seguir con el proyecto cultural pergeñado para acoplarse al arquitectónico y decidió privatizar la gestión. Hubo quienes creyeron que se podía ganar dinero a pesar de las advertencias de quienes conocían de verdad los números y ahora cunde el desánimo entre unos y otros aunque, a río revuelto, aún hay quien espera llenarse los bolsillos con comisiones artísticas de contrataciones más que discutibles. Era de esperar, porque sólo desde el fuerte compromiso de una administración pública se podía ofrecer la gran categoría de proyecto artístico que se requería. Este teatro nunca podrá funcionar a base de programar supuestos festivales de cuatro discretos conciertos en Navidad o Semana Santa y en verano un par de costosísimos espectáculo y mucho relleno. Tampoco a base de conciertos. Los gestores acabarán perdiendo unos cinco millones de euros en sus dos años de contrato, renunciarán a su renovación y la Administración se encontrará de nuevo con la patata caliente entre sus manos. Sólo que entonces no tendrá que partir de cero sino de menos diez. Por eso a algunos nos invadió la tristeza al escuchar de nuevo a Leonhardt. Por lo que pudo ser y, hoy por hoy, no es.

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