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Un Elixir creíble
La London Philharmonic para novatos
Por Publicado el: 08/04/2005Categorías: Crítica

Un funeral cantado llanamente

Un funeral cantado llanamente
El vaticano acertó con la música que hizo sonar durante el funeral de Juan Pablo I, cuando la elección no era fácil. Habíamos asistido a un cuarto de siglo de un pontificado muy mediático, muy dado a grandes manifestaciones populares en las que se llegaron a cantar hasta coplas aflamencadas. En la propia Basílica ha habido durante estos años espectáculos musicales en los que han participado los más grandes cantantes y solistas. Se podía haber caído en la tentación de “diseñar” un programa musical constituido, como habitualmente en las bodas, por fragmentos de aquí y allá interpretados por algunos divos de la música actual. Afortunadamente no ha sido así. El protagonista fundamental del funeral tenía que ser el Papa extinto y ello ya estaba bastante complicado con la cantidad de personalidades famosas que habían de ser recogidas por las cámaras. Así pues nada de exhibicionismos sino lo más simple, el regreso al canto llano, a las primeras fuentes musicales del cristianismo.
Aunque hoy sabemos que los primeros textos del gregoriano son anteriores al siglo VI, el canto litúrgico toma este nombre a causa del papa Gregorio I el Grande (509-604), quien no sólo ordenó aquellas melodías sino que incluso compuso algunas. Los responsorios, utilizados para los salmos, y las antífonas constituyen sus dos tipos básicos. Tras evoluciones, reformas y contrarreformas, el gregoriano llegó más allá de la liturgia tras los trabajos de los benedictinos de Solemnes y, muy concretamente en España, por los discos de los Monjes de Silos.
El cristianismo nunca rompió con las músicas que existían cuando su aparición, sino que las utilizó según sus necesidades. En Jerusalén convivían dos culturas musicales: la judía y la helenística. La primera es la que ejercería mayor influencia. Debido al nacimiento próximo a las sinagogas, el gregoriano es inicialmente sólo cantado y el órgano aparecerá mucho más tarde. Los sentimientos descritos en los salmos se expresaban libremente a través de la línea melódica solista, en torno a una nota central, de carácter casi improvisado y en ello radica la riqueza antifonal de este canto, verdadera fuente de inspiración para el libre desarrollo de melodía y expresión emocional de la música de occidente.
El canto gregoriano hoy recopilado, la mayoría anónimo, es obra de muchos autores a lo largo de muchas generaciones. De hecho es muy probable que algunas de las armonías escuchadas en la Plaza de San Pedro – y que sonaban modernas- hayan sido escritas por el organista, monseñor James Edward Goettsche o los directores de los coros participantes: Giuseppe Liberto, de la Capilla Sixtina; monseñor Colino, de la Capilla Julia o sor Cecilia Stoz del Colegio Griego.
Sólo voces y órgano para lograr homogeneidad, contrastar las afinadas voces de los niños con la del cardinal Ratzinger, rota por la emoción y, sobre todo, para no restar protagonismo a otro papa a quien ya muchos brindan el mismo apodo –“el Grande”- que al citado Gregorio I, de quien proviene el nombre de la música escuchada ayer. Gonzalo ALONSO

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