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Por Publicado el: 19/02/2016Categorías: Recomendación

La prohibición de amar: un mundo al revés

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Un mundo al revés

Se califica a Wagner corrientemente de enorme músico y, a la vez, de discutible libretista. Hay, efectivamente,  mucha gente aficionada que detesta sus libretos y ama hasta la locura su música. Y los hay que van más allá todavía y adoran esos experimentos llamados ´Wagner sin palabras´, en ocasiones muy bien realizados, pero que en el fondo lo que hacen es separar la presunta paja del trigo limpio; el texto de la música. Pero claro, los ha habido, hay y habrá que siguen defendiendo que en Wagner además de un músico excelso habitó un gran poeta. Con Wagner, lo vemos, puede suceder de todo.

Pero nada es tan fácil como parece. Con independencia de las muchas y variadas ideologías que se expanden a través de sus 10 óperas de sello, más Rienzi y los dos pecados de juventud, Las hadas y La prohibición de amar , Wagner establece desde el primer momento una lucha a brazo partido para decidirse por el tipo de narrativa que desea para dar forma a su estilo. Él quiere algo nuevo, él sabe que los existentes no le sirven, pero se da cuenta pronto de que los modelos más cercanos a su ideal, la incipiente ópera alemana, tampoco le van a funcionar. Así que, de entrada, debe de escoger entre seguir la norma general de que sea la melodía la que marque el criterio, o bien prescindir de ella estableciendo una manera de operar diferente. Este segundo camino es el que recorre a partir de su primera gran ópera romántica, El holandés errante, pero hasta llegar aquí da unas cuantas vueltas al asunto. Una de ellas es La prohibición de amar, cuya versión revisada se va a poder ver esta misma tarde en el Teatro Real, de Madrid.

Es absolutamente inexplicable, como a este ´ pecado de juventud´ (que entusiasmó a Luis II cuando muchos años después recibió la partitura autógrafa de manos de su autor como muestra de gratitud) le puede seguir, menos de una década más tarde, una obra tan absolutamente nueva, maravillosa y única en su tiempo como El holandés errante. Qué pasó no ya en la evolución musical de este hombre, sino en su propia vida, habría que preguntarse. Porque entre esta y la Prohibición solo sucedió el nacimiento no de la primera ópera de verdad de Wagner, o sea, Rienzi, sino la verdadera cumbre del más oxidado Meyerbeer: nada con lo que contar en realidad, si exceptuamos esa especie de gran poema sinfónico que es su Obertura. Y desde luego, la verdadera diferencia entre Prohibición y Holandés no está en las calidades –que también- sino en el concepto. Cuando Wagner escribe la primera no posee todavía las herramientas necesarias para convertir la palabra en música, y viceversa, hilada como un relato dramático. Y se hunde en un auténtico mundo al revés, pues el resultado de su trabajo es una pieza que funciona mejor teatralmente  que musicalmente; que funciona bien a la italiana, pero nada a la alemana, de cuyo deseado pedigrí se aleja notablemente.  ¿Por qué le sucede esto a Wagner? Pues porque, sencillamente, no sabe integrar en el todo que está buscando una melodía de tono italiano, y, por otro lado, Weber le queda lejos. El resultado es una mezcla entre un mal Donizetti, un rígido Bellini y un imposible Rossini. ¿Se acaba ahí la cosa?

Pues no, naturalmente. Wagner es Wagner, incluso cuando todavía no es Wagner. Una de las razones más poderosas por las que quiero recomendar la asistencia al Real para disfrutar de esta ópera es por lo bien que el señor Kasper  Holten ha entendido todo esto en su montaje. Una explosiva puesta en escena que resalta dodo lo dicho, sin detenerse demasiado en las calidades objetivas de la obra. Los cortes están hechos con sumo cuidado, dejando un metraje de aproximadamente tres horas, que es más que suficiente. Pero la pregunta sigue estando en pie: ¿es verdad que la música es tan mala como para que incluso el wagnerismo más militante la haya enterrado a 10 metros bajo tierra? A mi entender, en un porcentaje significativo, sí. Pero hay demasiadas cosas ya de Wagner en ella que no deben de ser despreciadas tan olímpicamente.  Está, por ejemplo, el desarrollo del personaje de Isabella (la verdadera luz de la obra), en el que inexorablemente aparecen ya Senta, y más de un atisbo de Elisabeth. Y también ciertos dibujos rítmicos de algunas escenas de Lohengrin. No se puede prescindir de estas cosas, y aunque no sea una ópera para escuchar todos los días, a pesar de sus carencias, hay en ella claves que merecen ser descifradas. Y además no deja de ser una curiosidad poder comprobar los porqués de ese empeño de algunos  en preservar la pureza del Wagner auténtico, ocultando este. Como lleva décadas haciendo ese (hoy) templo de la decadencia que es el Festival de Bayreuth.
Lo mejor de esta ópera son sus intenciones. Wagner se convierte en un auténtico moralista de vía estrecha a partir de Holandés. La prohibición de amar, aun con un final políticamente correcto es una obra basada en sentimientos y deseos amorales. Claro que la base es Shakespeare, un señor que de eso lo supo todo. Y musicalmente no deja de deparar alguna que otra sorpresa aislada, dentro de la maraña general de notas. Wagner introdujo alguna que otra de la Novena de Beethoven en al aria inicial del Holandés, lo ha dicho todo el mundo. Pero antes, aquí también sucedió, como igualmente alguna que otra idea que se podrá recordar pocos años después en otra ópera fracasada de un autor que él admiraba: Berlioz .Me refiero a Benvenutto Cellini. Y cuando Wagner no se deja seducir por la pachanga donizettiana, saca su bisturí orquestal y nos explica cómo se está preparando para empresas más importantes. Y, en fin, tiene esta ópera más cosas curiosas; hay que conocerla. Y más presentada tan bien como lo va a hacer el Real, bien cantada (atención a los papeles de Isabelle y Friedrich (por cierto, un anuncio, aunque leve, de las formas de Beckmesser) y bien dirigida musicalmente. Pedro González Mira

WAGNER: La prohibición de amar.  Christopher Maltman/Leigh Melrose, Peter Lodhal/Peter Bronder, Ilker Arcayürek(Mikheil Shsehaberidze, David Alegret, David Jerusalem, Manuela Uhl/Sonja Gornik, María Miró, Ante Jerkunica/Martin Winkler, Isaac Galán, María Hinojosa, Francisco Vas. Coro y Orquesta del Teatro Real/Ivor Bolton. Dirección escénica: Kasper Holten. Viernes 19, 20.00. Resto de funciones: días 22, 25, 27 y 28 de febrero; 1, 3, 4 y 5 de marzo. Domingos: 18.00. Entre 11 y 382 € (día 19). Entre 11 y 214 €. (resto)

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