András Schiff, un programa de ensueño
András Schiff
UN PROGRAMA DE ENSUEÑO
El Decimonoveno Ciclo de Grandes Intérpretes se viste de auténtica gala, pues nos trae esta semana un pianista importantísimo. Atención: no es un supernombre; “solo”, un músico excepcional.
András Schiff es uno de los pianistas más completos técnicamente, generosos con el repertorio –muy amplio-, intelectualmente inquietos e interesantes como intérprete de su generación. Nacido en Budapest en 1953, quiere ello decir que ya pasó la barrera de los 60, una edad a la que muchos de sus colegas viven de rentas y están ya para mucho mimo y poca exigencia para los dedos y el buen funcionamiento de los pensamientos. No parece su caso, a juzgar por la mucha actividad que desarrolla y los buenos resultados interpretativos que va obteniendo. Probablemente esa fuerza provenga de su propio origen, una tierra en donde uno levanta un ladrillo de la calle y del agujero resultante emana música. Schiff es un producto de la imponente enseñanza musical húngara, no en vano se preparó desde joven en la Academia Ferenc Liszt de su ciudad natal, en la que estudió, entre otros, con György Kurtág, a quien se está homenajeando en el CNDM, dentro del ciclo Contrapunto der Verano, que en esta edición cubre el Cuarteto Quiroga (véase mi recomendación de la semana pasada). Pero en 1979 se trasladó a Inglaterra, donde conocería y recibiría clases del gran clavecinista George Malcolm, abriéndosele todo un nuevo mundo: el teclado de Bach.
La carrera de Schiff es hasta ahora larga y variada. Pero como pianista sus aportaciones más importantes recorren un arco temporal que va desde Bach a Bartók, pasando por Mozart, Schubert, Beethoven, Schumann y Brahms. Sin embargo, a mi entender el autor con el que Schiff más ha trascendido es Bach, para cuya música el húngaro ha sabido encontrar un raro equilibrio interpretativo. Se diría que consigue una síntesis entre el teclado duro del clave y la suavidad del piano, que enriquece la música del de Cöthen dentro de un ortodoxo y correctísimo marco estilístico, pero siempre poseído de sentimiento. No es fácil de explicar: su Bach es emocionante pero está exento de sicologismo, y eso lo distingue y aparta de experiencias pianísticas similares cuyos resultados son más que discutibles en el aspecto filológico. Naturalidad y emoción contenida, para un concepto sonoro que no busca convertirse en fin sino en humilde vehículo. Para mi gusto, una verdadera maravilla, que incluso me atrevería a calificar de única.
Mozart y Schubert son también dos importantes logros de Schiff. Pero no de manera tan rotunda, al menos hasta el momento de repasar sus grabaciones, ya algo desfasadas en el tiempo. Es de suponer que las cosas pueden haber cambiado bastante.
Y después está Beethoven, su último hito discográfico (sello ECM), que es para mí sencillamente revelador. Me suele gustar poco el Beethoven de los pianistas famosos (por calificarlos de alguna manera), y menos el de los emergentes, que van por la vida creyéndose la reencarnación de Liszt; me parece que las sonatas para piano de Beethoven constituyen el cuerpo pianístico más complejo y difícil de interpretar de cuanta música para piano es. Y me parece que son poquísimos los que en esta harina no acaban tostados de arriba abajo. Esta apreciación sirve para todas las sonatas, desde las de primera época hasta las últimas, pasando por las maravillosas del centro, pero en el caso de las cuatro últimas se cumple con feroz implacabilidad. Todos los pianistas, es obvio, quieren – y deben- pasar por ahí, pero a casi todos les sucede lo mismo: miran hacia atrás, algo que en este repertorio es prohibitivo; no darse cuenta de ello, e intentar al menos hacer lo contrario, es decir comprender que Beethoven escribió esto no para los pianistas de su época sino claramente para los del futuro, es no tener ni idea de historia. Pues bien, a mi juicio Schiff es uno de los poquísimos que, no solo participan de esa idea, sino que la quieren poner en práctica. Por eso, entre otras cosas como por ejemplo que las toca muy bien, prescindiendo de lugares comunes, de invenciones rancias, del estilo antiguo, en suma, su integral en disco me parece una maravilla.
Bien. Schiff no hará esta vez Bach. Una lástima. O no, porque nos trae un programa absolutamente increíble, una maravilla auténtica, un prodigio de inteligencia y conocimiento del desarrollo histórico de la música. Hará, por este orden, Haydn, Beethoven, Mozart y Schubert. Y no se ha cortado un pelo al escoger los cuatro ”obrones” que nos va a regalar: la número 45, en Mi bemol mayor, de Haydn; la núm.32 de Beethoven; la K.576 de Mozart y la D.960 de Schubert. Cualquier orden serviría sin perder lógica, pero el que ha escogido Schiff tiene su miga: del casi último Haydn salta al último Beethoven, y, después, del último Mozart al último Schubert. Es como si se nos dijera: Haydn fue el principio, y después llegó la Trinidad: El Padre Beethoven, el Hijo Mozart y el ¡Espìritu Santo! Schubert. No se puede pedir más a un programa de piano. Si a Schiff le sale la tarde, puede ser un concierto para no olvidar nunca. Así sea. Pedro González Mira
András Schiff, piano. Obras de Haydn, Beethoven, Mozart y Schubert. Martes 3, 19.30. Entre 31 y 56 €.
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