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Por Publicado el: 09/05/2006Categorías: Crítica

Un “Rapto” de festival

Temporada del Teatro Real
Un “Rapto” de festival
“El Rapto en el Serrallo” de Mozart. Shahrokh Moshkin-Ghalam, Desirée Rancatore, Ruth Rosique, Eric Cutler, Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, Eric Halfvarson. Director musical: Christoph König. Directores de escena: Jérôme Deschamps y Macha Makeïeff. Escenógrafo: Miquel Barceló. Producción del Festival International d’Art Lyrique de Aix en Provence, en coproducción con el Festspielhaus de Baden-Baden, la Ópera de Rouen y la Ópera de Lausanne (2003).
El “Rapto” no es una obra representada habitualmente en España, aunque sí en Alemania, donde naturalmente se entiende mucho mejor el “singspiel”, forma musical que viene a alcanzar su madurez en esta ópera mozartiana. El genio del compositor se derrama por doquier, aunque no estemos al nivel de los Da Ponte, pero es patente en preciosos detalles como la plasmación de los latidos del corazón en la segunda aria de Belmonte, el acompañamiento a la serenata de Pedrillo, la construcción de esa gran página de concierto que es “”Martern aller Arten” o la misma descripción musical de las distintas clases sociales que se entremezclan en su trama. Toda ésta ha de contarse de forma inteligible y amena, con ingenio y delicadeza. ¿Se consigue en esta producción? Posiblemente no. Hay que entrar en la obra mucho más a fondo de lo que lo han hecho los responsables escénicos y orquestales y, a la vez, traducir todo con sencillez. No basta con cuatro detalles medio graciosos en medio de un único y simple decorado. La misma torre permanentemente presente en emdio del escenario sería, de ser más alta, una Torre de Babel que representase la confusión de ideas. De otro lado -permítaseme el atrevimiento- el mayor valor de los telones que se van descolgando es la firma de su pintor. Con todo se agradece su colorismo y el del vestuario tanto como que se respeten ambientes.
El apartado vocal presenta bastantes complicaciones. De entrada el papel de Constanza supone una tortura real en cuanto a la gran extensión y la capacidad de coloratura que requiere y cuya principal manifestación se marca en el aria citada. La siciliana Desirée Rancatore, que ha grabado la obra con MacKerras, posiblemente sea una de las sopranos que pueden abordar el papel con mayor solvencia, sin llegar a resolverlo, y así lo reconoció el público premiándola con los aplausos quizá más intensos. Belmonte posee arias bellísimas en su legato y ornamentaciones. El tenor americano Eric Cutler no es Wünderlich, pero sí lo más aceptable junto a Rancatore. Ruth Rosique no pasa de la discreción vocal como Blonde y debería vigilar la afinación, al igual que Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, un Pedrillo un tanto justo. Eric Halfvarson compone un Osmín algo cansino y el Selim de Shahrokh Moshkin-Ghalam resulta un bailarín tan “delicado en su amor” que más le iría perseguir a Pedrillo o Belmonte que a Constanza. Sobra claramente la alusión final a Cristo.
A la dirección de Konig aunque, brochazos aparte, obtenga un buen sonido de la orquesta, le falta agilidad y la misma chispa que a toda la producción para poder raptar los bastantes bostezos que se apreciaron entre el público.
Hubiera sido un éxito en unos Ciclos de la Villa o en un Festival Mozart, pero el Real precisaba haber celebrado el año Mozart con mayor enjundia. Cuestión de escalas y éstas han de tenerse en cuenta porque, entre otras cosas, también afectan a los bolsillos. Gonzalo Alonso

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