Un soberbia “Tercera” de Mahler
Ciclo Ibermúsica
Un soberbia “Tercera” de Mahler
Obras de Sibelius, Rachmaninov y Mahler. Janine Jansen, violin. Bernarda Fink, contralto. Escolanía del Sagrado Corazón de Rosales y Orfeón Donostiarra. Royal Concertgebouw Orchestra. Mariss Jansons, director. Auditorio Nacional. Madrid, 9 y 10 de febrero.
En los conciertos del Auditorio Nacional siempre es posible encontrar entradas a última hora, pues habitualmente hay personas a quienes les sobran localidades. Jamás se efectúa estraperlo con ellas, sino todo lo contrario. Los aficionados desaprensivos esperan hasta el último momento para quien quiera vender su plaza y recuperar lo pagado no logre conseguirlo y haya de regalarla. Hacía muchos años que no se veían carteles de “Busco entrada”, tal fue la expectación que creó el segundo de los conciertos de Jansons. Era lógico pues se unían uno de los seis grandes directores del momento, una de las tres mejores orquestas, el reclamo del Orfeón Donostiarra y la “Tercera” malheriana. Hasta allí estaba Alfonso Guerra y, por cierto, también Gerard Mortier.
Ante todo, y en ambas jornadas, sobresalió la extraordinaria calidad del Concertgebouw, que además se reafirmaba tras los recientes y aún vivos recuerdos de Nueva York y Sinfónica de Londres. A ambas las supera con su homogeneidad, empaste, dulzura y fortaleza. Fuera de serie hasta los siempre más humanos metales. Fue una pena el desperdicio de tocar la “Segunda sinfoníaa” de Rachmaninov, obra que se hace aún más eterna –especialmente su “adagio”- si no se le realizan los habituales cortes, cosa por la que Jansons no se inclinó. Es obra, como la “Sinfonía con órgano” de Saint Saens, bastante vacua, con desarrollos reiterativos interminables, pero en las que un maestro y una orquesta pueden lucirse gracias a su efectismo. Lo consiguieron. Previamente la joven Janine Jansen hizo justicia al “Concierto para violín” de Sibelius, disfrutando de un ejemplar acompañamiento, que cuidó crearla clima y resaltar su sonido.
Pero en el Mahler es donde se alcanzó la excepcionalidad. El Concertgebouw mantiene una gran tradición malheriana y también sus sucesivos y contados directores, empezando por Willen Mengelberg. Tempos precisos –es partitura en la que casi nunca da sorpresas en ello-, perfecta planificación global de su estructura, dinámicas ejemplares, intensidad expresiva… Todo ello brilló para alcanzar su muy especial momento en los compases instrumentales finales de su último tiempo. Uno de los mejores conciertos de la temporada y un éxito explosivo. Gonzalo Alonso
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