Un taller
Un taller
La pasada semana tuvo lugar en el patio principal de la Universidad de Alcalá de Henares, sin ocupar grandes titulares en la prensa, un acto ejemplar en muchos sentidos. Se trataba del final del taller de canto y escena operística organizado por dicha universidad con la autoría de Gian Carlo del Monaco. El director de escena, hijo del legendario tenor Mario del Monaco, recibió la medalla de oro de la Universidad de manos de su rector Virgilio Zapatero. Era la forma de agradecer el trabajo realizado “por amor al arte”. Es ejemplar que figuras del prestigio de este artista se avengan a trabajar gratis durante semanas a beneficio de los jóvenes.
Tras considerar los tipos de voces de los jóvenes finalistas, se decidió presentar una gala final de curso con escenas de “Boheme”, “Pagliacci” y “Rigoletto”, un repertorio amplio y complicado que permitía valorar el trabajo realizado. El nivel canoro no desmerecía del de la reciente Operalia. Pero lo importante en este taller fue precisamente la labor escénica desarrollada. No se puede sacar más partido a un precioso patio y me voy a referir, como ejemplo, a la escena final de “Rigoletto”.
El público, que disfrutó de estas escenas, no pudo imaginar cuanto esfuerzo había detrás, ni caer en todos los detalles de un trabajo que se trataba de auténtico teatro y no sólo de “fotografías de gran belleza plástica”. De ahí que asistir a los ensayos proporcione una información fundamental. Esfuerzo del profesor y esfuerzo de los alumnos, que habían de repetir una y otra vez las partes hasta quedar a completa satisfacción de un maestro un tanto exigente y dominante. Yo pensaba que alguno tiraría la toalla, pero no. Perdonaban tanto sudor porque del Monaco era una exhibición: cantaba las partituras casi mejor que ellos y conocía el fondo musical y escénico como nadie. “¡Eres una puta, has ayudado a tu hermano a liquidar cuantos ha querido, pero ahora te quieres tirar a este joven y nadie te lo va a impedir. Empuja, pega a tu hermano, oblígale a que te haga caso!” le decía a Magdalena. Y así una indicación tras otra hasta dar vida en un simple patio, y sin decorados, a una escena final de “Rigoletto” como no se ve en los teatros. Eso es talento.
Gonzalo ALONSO
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