Una Bohème de rutina en el Liceu
LA BOHÈME (G. PUCCINI)
Una Bohème de rutina
Teatro del Liceu de Barcelona. 20 Junio 2016.
Han pasado poco más de 4 años desde la última vez que el Liceu ofreció La Bohème de Puccini. Cuando una ópera se repone en tan poco espacio de tiempo, lo habitual es que no sean razones artísticas, sino económicas, lasque llevan a hacerlo. Más todavía cuando aquellas representaciones de la obra maestra de Puccini no fueron de las que dejan un recuerdo imborrable en la memoria del espectador, aunque hay que decir que, comparando algunos de los cantantes de entonces con los de ahora, la bajada de calidad es evidente. Bueno será recordar que fueron Mimís en aquella ocasión Angela Gheorghiu, Fiorenza Cedolins (todavía en buen estado vocal) o María José Siri (inaugurará la temporada de la Scala). Entre la Musettas estaba Ainhoa Arteta y hubo Rodolfos de calidad como Ramón Vargas, Teodor Ilincai o un joven Saimir Pirgu. Estas operaciones más comerciales que artísticas hacen falta en los teatros, ya que sin ellas no puede haber recursos para ofrecer operaciones artísticas más importantes. En cualquier caso, creo que al Liceu se le puede pedir más que lo que han ofrecido en esta Bohème, digna de un teatro de segunda fila.
La producción se debe al británico Jonathan Miller y es una colaboración entre la English National Opera y la Ópera de Cincinnati, habiéndose estrenado en el Coliseum de Londres en el año 2009. No es ésta la primera producción de Jonathan Miller de La Bohéme, ya que otra procedente de la Ópera de París se pudo ver en Bilbao hace ahora 12 años. Curiosamente, la imaginación de Jonathan Miller no parece ser muy fecunda, puesto que en la producción que ahora nos ocupa lleva la acción al París de los años 30, como lo hiciera con la producción anterior. Desde luego, no ofrece nada que no estuviera en la anterior, aunque ésta es menos espectacular que aquella en el segundo acto. La producción es muy tradicional y su mayor mérito consiste en facilitar mucho los cambios de escena, ya que la escenografía de Isabella Bywater consiste en dos módulos giratorios, que ofrecen por un lado la casa de los bohemios y por el otro el Café Momus. La buhardilla de los bohemios es un espacio un tanto reducido en la parte superior del escenario, a donde se accede por una escalera a la vista. Se desaprovecha bastante espacio en la parte inferior. El acto del Café Momus resulta excesivamente abigarrado, mientras que el de la Barrera del Infierno no tiene apenas interés. El vestuario de Isabella Bywater resulta adecuado y la iluminación de Jean Kalman no ofrece mucho interés. En resumen, una producción tradicional y corta de vida en escena.
Si la parte escénica no es digna de alabanza, menos lo es la dirección musical del francés Marc Piollet, que no levantó el vuelo prácticamente en ningún momento. Todo fue correcto, pero faltó emoción y una Bohème sin emoción es un pecado grave. La Orquesta del Liceu sigue siendo una formación que no está a la altura de la fama del teatro. Correcto el Coro del Liceu en su breve intervención.
Mimí fue interpretada por la soprano rusa Tatiana Monogarova y su actuación dejó que desear. No ha pasado un año desde que la escuché por última vez y mi impresión es la misma de entonces. Su voz tiene cierto atractivo, aunque está un tanto engolada en el centro, perdiendo claramente calidad por arriba. Su mayor problema es la monotonía de su canto, resultando una Mimí impersonal que no puede transmitir emociones a la audiencia.
El tenor americano Matthew Polenzani ofreció lo mejor vocalmente de la noche en la parte de Rodolfo, en la que debutaba. Canta con gusto y se le nota su extracción belcantista, lo que siempre es de agradecer. Tengo la impresión de que la producción no le ayuda, ya que cantar en la parte superior del escenario y en la parte de atrás no ayuda a la proyección de las voces. La suya tiene calidad, aunque para mi gusto le falta mayor brillo y peso vocal para enfrentarse a Rodolfo. Sería bueno escucharle en otro tipo de producción.
Matthew Polenzani y Tatiana Monogarova
El barítono Artur Rucinski fue un adecuado Marcello, pero la voz tenía más dificultades que otras veces para llegar a la sala. No sé si su emisión ha empeorado y ahora tiene tendencia a quedarse atrás o si también en su caso la producción le ha jugado una mala pasada. Esperaba más de él.
Sorprendía la presencia de Nathalie Manfrino en Musetta. Normalmente, los teatros importantes dan este personaje a sopranos jóvenes y con proyección o bien a figuras ya consagradas. La francesa no es ni una cosa ni otra y de ahí mi sorpresa por su presencia en el reparto. Faltó frescura en su famoso vals del segundo acto, quedando apretada claramente. Mejoró su actuación en el último acto, porque está claro que tiene tablas.
Colline era el francés Paul Gay. A su voz le falta peso, sonando mucho más a barítono que a bajo. Así no se puede emocionar al espectador cantando la Vecchia Zimarra y, efectivamente, pasó en el aria con el total silencio del respetable.
David Menéndez volvió a repetir su conocido Schaunard y lo hizo de manera adecuada.
En los personajes de Benoit y Alcindoro era Fernando Latorre, bien de voz y corto de sentido cómico.
El Liceu ofrecía una ocupación algo superior al 90 % de su aforo. El público no mostró entusiasmo durante la función, en la que solo se aplaudieron las arias de Rodolfo y Mimí en el primer acto. La acogida final a los artistas fue más bien tibia y únicamente se pudo escuchar algún bravo aislado dirigido a Polenzani.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 20 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 47 minutos. Cuatro minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 265 euros, costando la mejor butaca de platea 173 euros, aunque las había desde 141 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 48 euros. José M. Irurzun
Fotos: A. Bofill
Últimos comentarios