UNA ESTRELLA EN LA BAHÍA
UNA ESTRELLA EN LA BAHÍA
Janácek: “Suite para orquesta de cuerda”. Mozart: “Concierto para violín nº 5”, “Turco”. Dvorák: “Suite Checa”. Hilary Hahn, violín. Orquesta Filarmónica Checa. Director: Jiri Belohlávek. Festival Formentor Sunset Classics. 1 de septiembre de 2016.
Hace cuatro años nació este Festival gracias al impulso de la dirección de la cadena de hoteles Barceló. Una inteligente política de captación ha logrado integrar en el proyecto importantes patrocinios. La anual aventura, que dirige artísticamente con mimo y excelente visión el pianista y director colombiano Felipe Aguirre –protagonista de clarificadoras clases magistrales-, cuenta también con el apoyo de anónimos participantes y con un público que, a través de las redes sociales, acude en buena medida a la cita.
Los conciertos se desarrollan en un muy atractivo marco natural frente al mar, condicionados, claro, por el problema de la lógica amplificación, generalmente bien resuelto, pero no lo suficiente para suplir la acústica reverberante de un espacio cerrado. A pesar de esa limitación pudimos degustar en esta oportunidad de una velada musical de altos vuelos en la que fue estrella la violinista norteamericana Hilary Hahn (1979), artista que siempre se ha caracterizado por una limpieza de arco sensacional, una afinación perfecta, un fraseo conciso y comedido, pero dotado de una tensión interior de alto voltaje. El sonido no es muy grande, lo que se compensa con una espectacular vibración.
Ese arte depurado cristalizó en esta ocasión a través de la límpida y refulgente interpretación del “Concierto nº 5, en la mayor, K 219”, “Turco”, de Mozart. Desde la exposición del primer tema, el sonido del instrumento nos llegó suave y expresivo, sobre gráciles volutas. Nos ganaron luego las múltiples gradaciones dinámicas, el sentido de la articulación, el espectro de la cuarta cuerda, la transparencia de la polifonía, la “cantabilità” del Adagio, Y, por supuesto, la acentuación del motivo “turco”, agreste y vigoroso, que la batuta de Belohlávek supo enaltecer e impulsar. A la orquesta, perjudicada por la sequedad de la acústica, le faltó esa sedosidad tradicional de las cuerdas bohemias, bien que el director dispusiera con habilidad los volúmenes. Hahn nos regaló al final la “Giga” de una “Partita” de Bach.
El programa resultaba algo monocorde, con dos suites orquestales basadas en temas populares estrenadas con dos años de diferencia, 1877, la de un jovencísimo Janácek, y 1879, la de un maduro Dvorák. Y que Belohlávek expuso con aire, intención y flexibilidad, no siempre con impactante energía, apoyado en un conjunto de 50 músicos que no mostró aquí su mejor cara. No obstante, el bonancible público –unas 400 personas- consiguió tres propinas: “Polka pizzicato” de los Strauss, “Movimiento para violines y violas” de Martinu y la obertura de “La scala di seta” Rossini. Arturo Reverter
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