UNA FIESTA
UNA FIESTA
“El diluvio de Noé” de Benjamin Briten. Principales intérpretes: Miguel López Galindo (Noé), Marisa Roca (Sra. De Noé), Paco Maestre (Voz de Dios), Ana Troncoso (Sem), Ana María Ruiz (Ham), Juan Manuel Pérez (Jaffet), Carmen Panés (Sra. De Sem), Inmaculada Salmoral (Sra. De Ham), Clara Cantero (Sra. De Jaffet). Con la participación de alumnos de la Escuela Municipal de Música, la Academia de Belén Fernández y el Conservatorio de Música “Joaquín Villatoro”. Joven Orquesta de Cámara de Jerez “Maestro Álvarez Beigbeder” Dirección escénica: Alessandra Panzavolta. Dirección musical: Juan Luis Pérez. Teatro Villamarta. Viernes, 7 de diciembre de 2007.
IGNACIO SÁNCHEZ QUIRÓS
Bendita virtud el entusiasmo (siempre que no sea fingido, claro). Por su sola presencia, toda pifia se sombrea, se disculpa todo atropello, se perdonan desmanes y deslices, se minimizan u olvidan torpezas y ñoñerías, despistes y costalazos; si el entusiasmo hace acto de presencia, se destroza uno sin rubor las manos a aplausos, dejándoselas del color de la remolacha, e incluso, si se tercia, se desgañita bien gustoso a alaridos, bravos y vivas.
El crítico, por su parte (enésima vez ya: maldita la gracia que me hace el titulito), se ve en el brete de escoger: o “calzarse” el disfraz de Pinocho, que es lo que parece tocar cuando hay demasiado paisanaje encima (y esta vez también en los palcos laterales) de la escena, o –y aquí no podría venir más a propósito- resignarse a que le echen otra vez al cuello esa cadena de epítetos de “resentido y amargado aguafiestas que no se sabe de la misa la media”.
La verdad, o mejor aun, mi verdad, se hallaría tal vez, sin embargo, en el camino de en medio: ni exitazo ni coscorrón, sino encomiable fiesta lírica cuya mayor virtud puede haber sido precisamente esa misma que la conduce inexorablemente a flaquear, la de implicar (ilusionar, entusiasmar y emocionar) a tantas y tan heterogéneas gentes -en edad, procedencias, aptitudes y ambiciones artísticas- en un todo que a la postre viene a funcionar, al menos en lo dramático, muy aceptablemente, que ya es decir.
Desde luego, el riesgo más evidente que corría el espectáculo, el de convertirse en una suerte de lujosa función escolar amateur, queda suficientemente sorteado merced a la inclusión de una serie de elementos que coordinan, cohesionan y marcan el camino a seguir. Así, por ejemplo, Juan Luis Pérez, un director de cuyas competencia y saber hacer ya hemos tenido sobrada prueba en nuestra ciudad, lidió como pudo con los medios que tenía a su disposición, consiguiendo que el conjunto estuviera dotado de coherencia, continuidad y ritmo narrativo. En lo canoro, ni brillo ni desdoro: unas veces, profesionalidad holgada; otras, apenas decoro; y otras, en fin, mejor callar…
Más difícil papeleta aun tenía delante la dirección escénica, pues hacer que el engranaje del drama se mantuviera en todo momento debidamente engrasado no era desde luego, visto lo nutrido e inquieto de las huestes implicadas, tarea fácil; con todo, las cosas, como antes dije, salieron adelante con general corrección. A este respecto ayudó, sin duda, una escenografía sencilla y eficaz, que hacía además buen uso de las posibilidades ofrecidas por la tecnología actual. Igual elogio merecería el programa de mano, concebido con muy bien criterio y realizado con inequívoco buen gusto.
Observando, llegada la hora de los aplausos, el encendimiento a mi entender desmedido de buena parte del auditorio, se me venía a la memoria cierto cuento de Julio Cortázar, “Las Ménades”; en él, el entusiasmo febril y salido de madre del público provinciano y partidario que acaba de asistir al concierto de aniversario de “el Maestro” le lleva a invadir la escena para absorber y “engullir” en inquieto marasmo tanto a éste como a los músicos actuantes, cual si de una futbolera invasión de campo se tratase; todo este maremágnum furioso y confuso es reflejado con cierta frialdad de perspectiva por parte del narrador, observador perplejo e imparcial que espeta, de pronto, algo que me retrata: “(…) era entre conmovedor e irritante ver el entusiasmo del público por lo que acababa de escuchar. (…) Me dolía un poco no estar del todo en el juego, mirar a esa gente desde fuera, a lo entomólogo”.
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