Crítica: Soberbia “Cuarta” de Mahler con Fischer y Budapest
Una soberbia “Cuarta” de Mahler con Fischer
Obras de Mahler y Mozart. Christina Landshamer, Olivia Vermeulen, Xavier Anduaga, Konstantin Wolff. Orfeón Donostiarra y Orquesta del Festival de Budapest. Ivan Fischer, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 27 de agosto y Palacio de Festivales de Santander, 25 de agosto de 2018.
Fischer y Budapest acudieron a Santander con un único concierto y la “Cuarta” de Mahler como plato fuerte y repetida en el segundo de los conciertos en la Quincena, tal y como se comentó ayer en la crítica en la correspondiente crítica del resto de partituras. El público casi contuvo la respiración durante el tercer y cuarto movimientos, consciente de estar asistiendo a una lectura soberbia. Lástima que no hubiera una sola tos en todo ese tiempo y que alguien lo estropease en esos momentos finales en que, una vez acabada la música, la obra, el director y los oyentes necesitamos unos segundos de silencio. La “Cuarta sinfonía” es una de las más asequibles de Mahler, tanto por duración como por un contenido. El primer tiempo anunció que podría venir algo grande. En el segundo se le ocurrió a Ivan Fischer recolocar al trompa solista junto al podio en una deferencia inusual y extraña, por cuanto hay otros solistas, como el oboe –mágnífico, por cierto- con una intervención al menos tan importante. Pero es que Fischer es muy dado a “inventivas” como comentaré más adelante. El tercero tuvo lo que en toreo se llama “abandono”. La música brotaba por encima de las notas con una intensidad poco común y también con una infrecuente tristeza. Ese “adagio” quedará para el recuerdo. El tiempo final mantuvo el nivel, con una soprano, Christina Landshamer, con voz de timbre angelical ideal para el texto del lied “Das himmlische Leben” que corona la obra. No hubo propina en San Sebastián, sí en Santander. La razón se antoja obvia. En la primera no estuvo el Orfeón con las “Vísperas solemnes de Confesor en do mayor KV 339” de Mozart y a Fischer se le ocurrió que una de sus partes la cantase la propia orquesta como coro junto a la soprano. No era cuestión que los de Budapest enmendasen la plana al Orfeón. Sí, en cambio, cantaron los profesores de la orquesta en la cuarta danza húngara brahmsiana concedida como propina el primer día. Podrán también ganarse la vida cantando.
La partitura de Mozart llenó la primera parte de esta segunda cita donostiarra, si bien no todo correspondió a Mozart, ya que a Fischer introdujo, al parecer en el último momento, unos bloques de antífonas gregorianas entre cada una de las seis partes de las vísperas. Con unos muy correctos solistas, contrastó la ductilidad del enorme Orfeón con la más parca plantilla orquestal, aunque estuviese más ampliada de lo habitual. Lo mejor: el “Laudate Dominum”, la pieza más conocida de la obra. Una estupenda visita en los festivales norteños. Gonzalo Alonso
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