Una voz en la oscuridad
Una voz en la oscuridad
Obras de Haendel, Purcell, Telemann, Vivaldi, Sances y Victoria. Carlos Mena, contratenor. Forma Antiqua. Dirección. Aarón Zapico. Auditorio Nacional, Madrid. 10 de mayo de 2017. Temporada de La Filarmónica.
Esta sesión musical ha tenido dos partes claramente diferenciadas; y de distinto nivel interpretativo. En la primera se escucharon las seis partes de la Música para los reales fuegos de artificio de Haendel y una suite que combinaba de manera un tanto discutible distintas piezas del propio compositor anglosajón, Purcell y Telemann. Las interpretaciones de todas estas músicas –con participación, entre cuerdas y vientos, trompas y trompetas naturales incluidas, de 22 instrumentistas-, siempre llevadas con el refrescante impulso y la contagiosa manera de acentuar y marcar de Aarón Zapico, no alcanzaron la altura deseada por algunos problemas de articulación y de falta de claridad polifónica, pese a la buena mano en la administración y regulación de dinámicas y en el comunicativo aire danzable.
La calidad y la temperatura se elevaron muchos grados con la aparición de Carlos Mena, que con su timbre penumbroso, su emisión aérea, su estilo elegante, su calidez de fraseo, su acentuación primorosa y su sentido del claroscuro nos condujo al corazón de la emoción en su desgranamiento profundo y doloroso de las nueve partes del Stabat Mater de Vivaldi. El diector y los suyos –aquí sólo las cuerdas, con gran presencia de tiorba y laúd, tañidos por los otros dos hermanos Zapico- colaboraron a la perfección creando expresivos silencios y respirando junto a la voz. Maravilloso el “Largo” de rítmica tan conectada al de algunos pasajes de Las Estaciones.
Tras la Sinfonia en do mayor –con motivos de la ópera Il Giustino– del propio “Prete Rosso”, el concierto aún ganó en emotividad con el Pianto de la Madonna de Giovanni Felice Sances una vez que los músicos fueron abandonando el estrado como se hacía en la Sinfonía de los Adioses de Haydn. Entonces, con los tres Zapico y la chelista Ruth Verona como única compañía, volvió a sonar la voz de Mena, que se encaramó muy sentida a la zona aguda. La velada se cerró en belleza con el motete Ne timeas Maria de Tomás Luis de Victoria. Los melismas nos envolvieron. Con el escenario prácticamente a oscuras, la voz se fue apagando con el único sostén del archilaúd. Para conservar en la memoria. Arturo Reverter
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