Ute Lemper, demasiada mujer orquesta
Último tango en Berlín
Ute Lemper, demasiada mujer orquesta
Obras de Hollaender, Mousaki, Weil, Piazzola, Brel, Schultze, Ferré, Neruda, Gainsbourg, etc. Ute Lemper. Vana Gierig, piano. Víctor Villena, bandoneón. Romain Lecuyer. Cyril Garac, violín. Teatro Real. Madrid, 29 de octubre de 2017.
Ute Lemper (Münster, 1963) es figura que tiene sus seguidores en Madrid, ciudad en cuyo Teatro Albéniz ofreció sus mejores actuaciones. Las últimas de ellas fueron en los Teatros del Canal (2010) y Auditorio Nacional (2012, 2013). En estos conciertos hubo sus incidentes. Así en el Albeniz, en el año 2000, se quedó sin voz a mitad del espectáculo y un año después, en el mismo lugar, fue uno de sus altavoces el que se quedó sin voz. Afortunadamente no sucedió nada extraño en esta ocasión. Sucedió lo que naturalmente tenía que suceder: que han pasado 17 años de aquello y la voz de la cantante no es la misma, aunque se conserve muy ben para sus 54 años y más aún su físico, pues luce una figura espléndida y envidiable, resaltada por un elástico y ajustadísimo traje largo negro.
Lemper es una de las grandes de la escena de nuestros días y el público se entrega a ella desde que sale. A estas alturas no puede negarse ni tablas ni talento a quien ha estado día tras día durante dos años en las carteleras de Broadway –nos cantó una versión muy personal del “All that jazz” de “Chicago”- o ha interpretado “Los siete pecados capitales” en la Scala con Kent Nagano, pero eso no conlleva que se la pueda equiparar con otras grandes figuras del pasado o que el repertorio que aborda sea el más adecuado a sus características. Montserrat Caballé se sinceró en una ocasión para decir que si ella o sus congéneres hubieran vivido en la época de Callas-Tebaldi habrían tenido que cantar “Manon” en vez de “Norma”, “Tosca” o “Ana Bolena”. Lo mismo podría decir Lemper si fuese sincera. El repertorio de cabaret tiene una componente canalla, íntima, que Lemper no traslada. No lo hace porque, en primer lugar, la amplificación perjudica enormemente a esas canciones y en segundo porque prefiere adentrarse en ellas por la vía de la sofisticación. Lemper las canta pero no las vive desde el interior sino que interpreta tales vivencias. Quien haya tenido la suerte -o la desgracia castradora- de escuchar primero a Piaf, Milva o Minelli entenderá perfectamente lo expuesto. En ella extremos. Ni la sencilla desnudez de un Brel, ni el desgarro de una Piaf, ni tampoco las locuras escénicas de una Minelli, aunque casi sí las audaces vocalidades de una Mina. Lemper se ha convertido en una mujer orquesta. Con su voz imita múltiples instrumentos y llega a cansar al sacar de su contexto a muchas de las piezas que aborda. Se refirió mucho al whisky y, la verdad, una buena parte del registro de su voz raspa, aunque no tanto como la añorada Chabela. Estaba animada y lo demostró bailando Piazzola o interpretando a su modo a Gainsbourg, pero la sofisticación extrema desnudó de dramatismo el “Ne me quitte pas” o el “Avec le temps”. Nos quedamos sin el anunciado “Amsterdam”. Concedió una sola propina, aunque el público pedía y pedía más. Gonzalo Alonso
Últimos comentarios