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Por Publicado el: 12/08/2012Categorías: Crítica

Verona: cuando Don José es asturiano

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90 Festival de Verona
Cuando Don José es asturiano
“Carmen” de Bizet. A.Rachvelishvili, A.Roy, I.Lungu, D.Vatchkov, etc. F.Zeffirelli, dirección de escena. J.Kovatchev, dirección musical. Arena de Verona, 3 de agosto.
El Festival de Verona celebra su 90 edición con los ojos puestos en su centenario del próximo año, dedicado por completo a Verdi y en el que Plácido Domingo tendrá una presencia privilegiada. Nuestro tenor ha sido nombrado director artístico honorario del festival, cargo en el que ha debutado dirigiendo anteayer “Aida”. En la gala del centenario hará de todo: cantará el papel titular de “Nabucco”, dirigirá “Rigoletto” y será protagonista de una gala mano a mano con Harding centrada en Verdi. En Verona es ídolo desde que debutase en “Turandot” en 1969.


Una “serata” en Verona es todo lo opuesto a lo que pueden admirar Mortier y sus seguidores: estamos ante la ópera popular donde la haya. El público aplaude lo que le echen desde que por los altavoces se le instruye para que encienda las velas siguiendo una ya casi centenaria tradición. Ovaciona cada uno de los temas de la obertura y bate palmas acompañando a la música en cuanto ésta se presta a ello. Los alemanes, mayoritarios en el festival, disfrutan de lo que les ofrece el país al que están a punto de conquistar y en el que cambian gobiernos sin más protestas que unas cuantas manifestaciones callejeras. Las entradas de “poltronissima” cuestan la nada despreciable cantidad de 190€, cifra lejos de los bolsillos veroneses y más elevada que en los principales teatros europeos. Se le intenta ordeñar al turista cultural con las entradas o con el recién estrenado impuesto local a las pernoctaciones hoteleras (unos dos euros por persona y noche). Los claros son abundantes en esas exclusivas butacas próximas al escenario a pesar de estar en pleno fin de semana de agosto y de un título tan popular como “Carmen”, pero no hay tantos alemanes para llenar el aforo de quince mil espectadores.
Zeffirelli diseñó la producción centrando su colorido en el riquísimo vestuario más que en unos decorados que simulan una Andalucía gris llena de burladeros y miradores. Las acciones se superponen en el inmenso escenario. En un lado se baila flamanco mientras en el opuesto se ejercitan los alumnos de una escuela taurina y por el centro desfilan burros bajo la atenta mirada de un caballo convertido en paciente espectador. Ópera a lo grande, con lucido y lleno de tópicos desfile de cuadrillas en el cuarto acto tras un multitudinario cuadro flamenco comandado por Lucia Real y El Camborio. Si hay una intérprete solicitada hoy como Carmen esa es Anita Rachvelishvili. Lo es desde que saltase al escenario de la Scala desde su taller de canto para inaugurar temporada con el papel. Va camino de ser cantante de un único título, como a su manera lo fueron desde la composición Mascagni o Giordano. El caudal vocal es más importante que la sutileza y desde luego mucho más que la capacidad de seducción, algo importantísimo en el personaje. Los teatros europeos deberían conocer a María José Montiel o Fabiola Herrera, muy superiores como Carmen. La audiencia aplaude la forma de desafinar del Escamillo de Deyan Vatchkove, mientras Irina Lungu pasa casi desapercibida como Micaela, papel llamado siempre a cosechar el favor de los amantes de lo empalagoso. Una de sus ya habituales indisposiciones impidió cantar a Marcelo Álvarez, siendo anunciada por los altavoces ante la indiferencia del respetable. En Verona importan más título y espectáculo que los nombres. El asturiano Alejandro Roy aprovechó la ocasión que en su país le niegan los “doctos” directores artísticos. Voz muy interesante, de color dramático que recuerda antiguos divos pero que debe fortalecer técnica. Resultado más que airoso en un rol tan exigente y más al aire libre y sin micrófonos. El apartado orquestal cumplió con la misión que aquí tiene encomendada. “Don Giovanni”, “Turandot”, “Romeo y Julieta” y la omnipresente “Aida” completan la programación de la edición. Gonzalo Alonso

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