¿Vidas amortizadas? Grandes compositores con más de 80 años
¿Vidas amortizadas?
¿Vidas amortizadas? Grandes compositores con más de 80 años
Parece que 80 años es el horizonte de sucesos de la muerte en estos días, del inevitable desahucio vital. Este bicho aterrador puede con cientos cada día, pero la cifra se vuelve inabarcable a partir de ochenta años, donde arrebata el aire, la última ternura y el duelo cercano. Atenta, en definitiva, contra algunos de los elementos más definitorios de nuestra cultura, contra lo táctil, contra la bohemia de compartir cercanía. Para que a los que estamos en casa no se nos olvide; para no caer en la tentación de pensar en vidas amortizadas y también porque duele, y es cruel, va esta lista de Spotify con obras compuestas o interpretadas por músicos de ochenta o más años – acceda aquí –.
Allí están las melodías crepusculares, de belleza menos recóndita, del último Richard Strauss, como la del Andante del Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor, que mira a los ojos a la añoranza sin un ápice de tristeza impostada. O la primera de las Cuatro últimas canciones, “Frühling” (“Primavera”), con los versos de Hermann Hesse aflorando entre lo decadente: «Ahora ya estás libre, / radiante y bella, / bañada en luz / como un milagro ante mí». Strauss tenía 84 años cuando desplegó este compendio de tímbrica con melena al viento, y apenas dos años después, en Londres, las estrenaría Kirsten Flagstad y la Orquesta Philharmonia, bajo la batuta de Wilhelm Furtwängler. Un sueño. En unos días hará 70 años de aquello.
También está en la lista esa música que parece brotar como de un manantial infinito, la de Ennio Morricone, con el lirismo sin contenciones de las bandas sonoras de Come un delfino y La migliore offerta, compuestas con 82 y 84 años, respectivamente. En su caso, nunca se trató de vivir de glorias pasadas, hace más de tres décadas de Nuovo Cinema Paradiso y 35 años de The mission, pero la noria de su creatividad se perpetúa entre vueltas y vueltas, siempre similar, siempre distinto. En unos días se cumplirá el año de su emocionante despedida de Madrid en el WiZink Center.
No podía dejar de estar Verdi, cuyo Falstaff queda fuera por unos meses (lo compuso con 79), pero no así algunas de las Cuatro piezas sagradas y el Pietà, Signor. Con 81 años se permitió arreglar y juguetear con la “scala enigmática” de Crescentini, con el Paraíso de Dante o con la armonización de los arcos melódicos de Palestrina, a la vez que ponía en marcha la Casa di Riposo per Musicisti, ese hogar para los músicos con menos suerte, para sus «poveri e cari compagni della mia vita».
Tampoco podía faltar Joaquín Rodrigo, que compuso el Concierto como un divertimento para violonchelo y orquesta a petición de Julian Lloyd Webber, el hermano pequeño del famoso Andrew de los musicales (autor de Jesucristo Superstar, Evita o El Fantasma de la Ópera). La carrera como chelista de Julian, alumno de Pierre Fournier, no le va a la zaga, y Rodrigo compuso con ochenta años este elogio al paisaje español repleto de jardines secretos y seducción sonora, como la del Adagio nostálgico que crece entre las texturas del clarinete, la flauta y la celesta.
Y así también el último Stravinsky, el del Requiem Canticles con acento serialista a sus 85 años; o la ternura de Álbum de la Juventud de Schumann que graba Andrés Segovia un día a finales de mayo de 1977, con 84 años; o el lúcido Chopin de Achúcarro; o el Mozart de Horowitz, o… Son sólo algunos, una muestra deficitaria de quienes entregaron tanto antes y después de la barrera octogenaria.
Decía Cicerón de De Senectute que “las armas defensivas de la vejez son las artes”. No demos por cerrado el retorno a las Ítacas de tantos. Tengamos un mínimo de memoria. Mario Muñoz Carrasco
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