Viena: Un Tchaikovsky desempolvado
CHARODEYKA (P. I. TCHAIKOVSKY)
Theater an der Wien de Viena. 14 Septiembre 2014.
El Theater an der Wien no goza del predicamento de la Staatsoper, pero no deja de ser un teatro cargado de historia desde su inauguración en 1801, habiendo sido construido por encargo de Schikenader, el libretista de la Flauta Mágica y primer Papageno de la historia. Obras fundamentales en la historia de la música se han estrenado en este teatro, comenzando por Fidelio y nada menos que 4 sinfonías de Beethoven. A ello habría que añadir los estrenos absolutos de dos obras de espíritu tan vienés como son El Murciélago y la Viuda Alegre. Tras una larga temporada cerrado por obras, el teatro ofrece en los último años una programación muy interesante para el aficionado, en la que nunca faltan novedades atractivas. Si el año pasado nos ofrecía el estreno mundial de la ópera The Harlot’s Progress, con Diana Damrau, este año ofrece una ópera prácticamente olvidada de Tchaikovsky, como es Charodeyka.
No cabe duda de que Tchaikovsky es uno de los compositores más importantes de la historia de la música, además de ser uno de los más populares, pero no tanto por su producción operística. De los 10 títulos que compuso, solamente dos han alcanzado cotas de popularidad relevante. Me refiero a Eugene Oneguin y a La Dama de Picas, especialmente el primero de ellos. A estos dos podría añadirse en los último años Iolanta, quedando los demás muy atrás. Algunos de ellos, como el que ahora nos ocupa, apenas se representan. No he podido encontrar sino tres reposiciones del título en los últimos 10 años. El teatro Sao Carlos de Lisboa la ofreció en el año 2003 y más recientemente fue Amberes hace tres años y, finalmente, el Bolshoi de Moscú hace apenas dos años. Los intentos no han tenido continuidad y, por tanto, sigue siendo una auténtica rareza.
Chrodeyka es la octava ópera de Tchaikovsky cronológicamente, siendo la que precede a La Dama de Picas, y tampoco triunfó en su estreno. La ópera está bien construida musicalmente, pero le faltan páginas de gran inspiración, como las que hay en las otras óperas más conocidas del ruso. Son brillantes los finales de los dos primeros actos, así como las arias de la protagonista y de su amante en el último acto, pero no hay temas de los que el público tararea al salir del teatro. Me temo que esta reposición tampoco significará el arranque de nueva época para Cherodeyka.
Otros problemas que tiene la ópera radican en su excesiva duración y en lo innecesariamente truculento del argumento, que resulta particularmente poco creíble. La acción se desarrolla en la Rusia del siglo XV. La joven viuda Natasha, conocida como Kuma, ha abierto una taberna a donde acuden los hombres de la localidad a divertirse, gozando de gran popularidad, corriendo voces por la ciudad de que es un antro donde se reencarnan Sodoma y Gomorra. Mamirov, el integrista secretario del Príncipe Nkita, está despechado con Kuma y consigue convencer a su jefe de que cierre el local, al que suele acudir también su hijo, el Príncipe Juri. Nikita acude a la taberna y queda prendado de Kuma, convirtiéndose en un cliente divertido, que obliga a su secretario Mamirov a participar en la diversión. Nikita se enamora de Kuma, lo que es denunciado por Mamirov a la Princesa, quien consigue que su hijo le prometa vengarse matando a Kuma. Realmente, Kuma rechaza a Nikita por estar enamorada de Juri, quien cae rendido a los pies de la tabernera y deciden huir juntos. En el último acto, la Princesa consigue que Kuma tome un veneno, encontrándola su hijo Juri moribunda. Nikita, corroído por la pasíón y los celos, mata a su vez a su hijo Juri, perdiendo la razón a continuación, al darse cuenta de lo que ha hecho. Una auténtica tragedia truculenta.
Para la ocasión se ha encargado una nueva producción al alemán Christof Loy, que hace un trabajo minimalista, con una escenografía única de Christian Schmidt, consistente en un escenario cerrado por unas pareces y techo de madera, que dejan ver al fondo un bosque o la ciudad, dependiendo del acto. La acción se trae a la época soviética, lo que funciona bien, ya que la tiranía del poder absoluto no se puede centrar solo en una época de la historia. El vestuario, también de Christian Schmidt, resulta adecuado, pero lo que destaca es la dirección de actores y de masas, como suele ser habitual en Christof Loy. Lo que funciona peor es el último acto, donde hay demasiada gente, haciendo perder credibilidad al desenlace, si es que el mismo puede tener alguna credibilidad en cualquier circunstancia.
Vladimir Sulimsky y Asmik Grigorian
La dirección musical estuvo en manos del ruso Mikhail Tatarnikov, que llevó la obra con grandes dosis de control, demostrando gran dominio de la misma. Este maestro es uno de los más habituales del Mariinsky y se le adivina un gran oficio en el podio. Un director muy sólido. Buena la prestación de la ORF Radio-Symphonieorchester Wien, aunque sufren en su comparación con la de la Staatsoper. Buena también la actuación del Arnold Schoenberg Chor, que es el titular de este teatro.
La protagonista era la soprano lituana Asmik Grigorian, que me resultó más convincente como intérprete que como cantante. Canta con gran intensidad y traduce muy bien la complejidad del personaje, para lo que le acompaña una atractiva figura. Es una soprano lírica, con el timbre demasiado metálico y poco atractivo, en el que destaca la facilidad para proyectarse. Hubo algunas notas altas destempladas.
El tenor ruso Maxim Aksenov exhibió una voz importante en la parte del Príncipe Juri. Se trata de un tenor lírico-spinto de voz ancha y con un tercio agudo muy bien timbrado y con gran anchura. Además demostró que sabe cantar en el aria del último acto, así como en el dúo con Kuma en tercer acto.
El barítono ruso Vladimir Sulimsky encarnó al Príncipe Nikita y tuvo una buena actuación. La voz es importante y bien manejada, con tendencia a abrir sonidos. Ya habíamos tenido ocasión de verle en el Teatro Real como Oneguin y ahora le he encontrado con la voz más poderosa que entonces.
Maxim Aksenov y Agnes Zwierko
La mezzo soprano polaca Agnes Zwierko no me convenció como Princesa, la esposa de Nikita. La voz es poderosa, pero de escasa calidad, y resulta muy apretada y destemplada en la parte de arriba.
El veterano bajo ruso Vladimir Ognovenko demostró en el personaje de Mamirov que sigue siendo un cantante de todo respeto. La voz tiene nobleza y es un magnífico intérprete. Un gusto volver a escucharle.
En los personajes secundarios ha que destacar la presencia de Hanna Schwarz en la parte de Nenila, hermana de Mamirov y camarera de la Princesa. La voz tiene todavía volumen, pero ha perdido armónicos. Otros dos veteranos lo hicieron muy bien. Eran Andreas Conrad, como el espía Paisi, y Martin Winkler, como el mago Kudma. El resto de personajes fueron cubiertos por Martin Cornet (Iván), Martin Snell (Foka, tío de Kuma), Natalia Kawalek-Plewniak (amiga de Kuma) y, finalmente, Erik Arman, Stefan Cerny, Vasily Efimov y Nikolay Didenko, como clientes de la taberna de Kuma.
El teatro ofrecía un lleno aparte y el público dedicó una cálida acogida a los artistas, aunque no hubo excesivas muestras de entusiasmo. Las mayores ovaciones fueron para Asmik Grigorian y Vladimir Ognovenko. El equipo creativo fue recibido con aplausos.
La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 3 horas y 17 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 49 minuto. Once minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 145 euros, habiendo butacas de platea por 98 euros. La localidad más barata costaba 24 euros.
José M. Irurzun
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