Vilabeltrán: varias caras del lied y Beethoven
Vilabeltrán: varias caras del lied y Beethoven
Sarah Connolly: canciones de Strauss, Zemlinsky, Eisler, Korngold, Copland y Britten. Kate Royal: canciones de Zumsteeg, Schumann y Fauré. Malcolm Martineau, piano. Cuarteto Casals: Beethoven. Schubertiada de Vilabertrán, Iglesia de Santa María. 24 y 25 de agosto de 2017.
La Schubertiada de Vilabertrán, fundada en su día por Jordi Roch, cumple un cuarto de siglo. Este año, bajo el mando de Víctor Medem, asistido de un corto y entusiasta equipo, con Silvia Pujalte a la cabeza, se ha establecido una nervadura central constituida por la serie beethoveniana del Cuarteto Casals. Pudimos escuchar cuatro obras. Nos quedamos con la versión poderosa, oscura, dramática, profunda del Cuarteto nº 4 y el rompedor acercamiento, cuajado de ominosos silencios, con la debida combinación de potencia y dulzura, del nº 11.
La mezzosoprano Sarah Connolly nos ha mostrado, resumido, todo un panorama de la canción de la primera mitad del siglo XX. El instrumento, lírico, igual, extenso, maleable, con ciertas resonancias nasales, ha corrido por el ámbito reverberante de la iglesia románica de Santa María con libertad y limpieza. Excelente dicción y acentuación milimétrica, sobre todo en las piezas en inglés: selección de los poemas de Emily Dickinson de Copland, con toda su carga panteísta y sabor naturalista, y A Charm of Lullabies de Britten, nanas bien mecidas, con el inquietante sabor de la noche desolada. El canto en las Cinco Elegías de Hollywood de Eisler quedó exento de su característico toque expresionista. Aceptables los tres lieder de Strauss, a falta de una mayor variedad de colores las seis páginas de Zemlinsky sobre Maeterlinck y bien delineadas las tres de Korngold. Dos breves mélodies de Poulenc cerraron un buen recital, para cuya consecución fue básica la colaboración desde el piano del sutil, musical y cuidadoso Martineau.
Fue también este pianista nacido en Edimburgo el buen sostén de la soprano Kate Royal, que maneja una voz muy lírica, de sustancia casi ligera, de timbre agradable, un punto mate, falto de cuerpo y de redondez en un agudo –la bemol, la- en exceso vibrátil y una penetración relativa. Dice con finura y encanto, pero tiende a la monotonía. No logró meterse en los entresijos del tan enjundioso ciclo Liederkreis op. 39 de Schumann y no alcanzó el suficiente grado de matización en la mayoría de las demás piezas del propio compositor, cuatro de ellas dedicadas a María Stuardo. Solventó con profesionalidad el lied-aria de Zumsteeg sobre la reina inglesa y dotó de cierta elegancia a tres mélodies de Fauré. Un Purcell, reflexivo y doliente, en recuerdo quizá del atentado de Barcelona, cerró el recital. Arturo Reverter
Últimos comentarios