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La precisión de la London Philharmonic
Por Publicado el: 16/03/2016Categorías: Crítica

Volodos: Una gran actuación

Una gran actuación y muy positiva evolución

Brahms: “Variaciones op. 18b”, “Piezas op. 76”. Schubert: “Sonata D 960”. Arkadi Volodos, piano. Grandes Intérpretes Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid. 15-2-2016.

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            Los muchos ausentes se perdieron un concierto muy enjundioso. La evolución del ruso Volodos (1972) es muy visible. Ya no es aquel instrumentista incendiario, acelerado, ese típico manitas un tanto maquinal de sus años mozos, algunos de los cuales, por cierto, transcurridos en la Escuela Reina Sofía junto a Dimitri Bashkirov, sino el artista que ha empezado a ver en su interior y a profundizar en los pentagramas. Aunque continúa contando con medios de excepción: sonido, articulación, ataque, pulsación, control de pedal… Ahora nos puede ofrecer interpretaciones muy meditadas, recreadas, matizadas; sin que dejen de ser precisas. Lo comprobamos nada más empezar en el cuidadoso tratamiento dado a las poco frecuentadas “Variaciones op. 18b” de Brahms, arreglo del propio compositor del tema del Andante del “Sexteto para cuerdas op. 18”.

            La etapa pianística final del músico hamburgués se iniciaba con las “Klavierstücke op. 76”, que combinan cuatro “Caprichos” y cuatro “Intermedios”. Volodos dosificó muy bien el ágil y agitado dibujo de aquellos y el lirismo reconcentrado de éstos. Acertó a exponer de manera clara las tan características ambigüedades rítmicas de algunas de estas páginas. Para la “Sonata” schubertiana, la última del catálogo del compositor, reservó unas desconocidas dotes de introspección, concentración y clarificación estructural. Desde el mismo misterioso comienzo y la exposición del contemplativo tema inicial, cerrado con ese lúgubre trino de los bajos.

            El Andante tuvo el requerido y sigiloso toque hipnótico. Espléndidamente cantado el maravilloso himno de la parte central , que nos conduce a lo que Halbreich definía como “transfiguración y éxtasis místico”. Siempre marcando un tempo moroso, puede que en exceso, y no perdonando una sola repetición, el pianista otorgó la necesaria ligereza, alada y bailable, al Scherzo, para desembocar en el tan bien repujado Allegro postrero, un rondó-sonata con aire de marcha, de irrefrenable cabalgada. Volodos, sentado en una silla de Ikea, nos llevó de la mano hasta la virulenta “stretta” final. Después, cuatro bises. En su arreglo de la “Malagueña” de Lecuona resurgió el imparable virtuoso. Arturo Reverter

 

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