Recomendación semanal: Wagner.1
Wagner.1
¿El primer Wagner? Probablemente, pero admitiendo que antes hay un Wagner.0, e incluso doble cero, y que desde luego es un primer Wagner que se ramifica hasta tres veces; que no cambia en el tronco, que es el gran árbol romántico que forman El holandés errante, Tannhäuser y Lohengrin, pero cuyas estas tres ramas parecieran haber crecido cada una de ellas en una estación distinta del año. Hay un Wagner.00, bien lo hemos comprobado esta misma temporada en el Teatro Real con la magnífica y casi olvidada La prohibición de amar, mientras que Rienzi vendría a ser lo que la Sinfonía núm.0 es a Bruckner; nos interesa ahora, sin embargo, hablar de la primera parte de la triada auténticamente primeriza.
Lo romántico en su versión más descarnada da lugar a estas óperas. Que están en una onda aparentemente parecida, pero que a la vez nos conmueven de distinta manera. Wagner avanza de la primera a la tercera por un camino muy poco común, porque los colores que escoge para pintar cada una de ellas no están ordenados con una lógica dramática que coincida con la maduración del músico. Holandés es una ópera teñida de negro, ´apastelado´ con el ocre del cielo norteño y el brillo de las espumas marinas, pero fundamentalmente negro. Wagner se expresa desde la noche de los sueños, desde una ´surrealidad´ representada gloriosamente por el personaje de Senta, que no conducirá al Holandés a su enésima frustración-ni siquiera a su muerte, porque ya está muerto- sino a su redención tras una eternidad de penalidades. Es una ópera claramente dibujada en negro, y todo es negro en ella, desde la codicia de Daland hasta el egoísmo estrecho e ignorante de Erik, pasando por la dialéctica entre marineros vivos y muertos. De las tres es la única en la que el autor no se expresa desde el erotismo. Los sentimientos amorosos son suntuarios, casi religiosos, y están envueltos en un manto moral que convierten al Holandés y ´su´ Senta en símbolos. Nada que ver con el rojo escarlata del Venusberg o el azul-plata (como todo el mundo sabe, en boca de Mann) del Escalda por donde aparece el cisne del salvador de la desdichada Elsa. Se va, Wagner va, del negro al rojo y de este al azul. Una secuencia pictórica inédita, como todo lo es en la Obra de este sujeto inclasificable e incalificable.
Por todo ello, hay estudiosos que prefieren Holandés a las otras dos. Bueno; hay que atreverse a defender esto, pero, si uno no quiere ponerse dogmático, y también no quedar mal con nadie, debe de moderar ciertas opiniones, aun defendiendo ciertos hechos objetivos. Por ejemplo, que El holandés errante es una ópera que no ofende a nadie. Conozco a mucha gente que no le gusta Wagner (le desagradan los mensajes rancios y machistas de Tannhäuser; la verborrea politicoide de Lohengrin, y no digamos las infinitas repeticiones temáticas en sus óperas posteriores), y sin embargo toleran bien Holandés. No sé si es la mejor de las tres, pero al menos es la menos retórica, la menos esotérica, la más clara, la más ´italiana´, la más sencilla y, sin duda, la más teatral. Quizá por eso sea la que los detractores del wagnerismo aceptan con mejor voluntad. Que cada uno haga su propia elección.
¿Qué Holandés se va a ver y escuchar mañana en el Teatro Real? Mi compañero de página José María Irirzun ya se ha referido a la versión, a los cantantes, al director de escena y al director musical. No voy a añadir nada lo que ya se ha dicho, y bien dicho. Quizá un par de comentarios ante el primer Wagner que va a dirigir Pablo Heras-Casado. Espero una versión comprometida con una cierta idea de juventud, de locura de joven, que es lo que en definitiva fue para su autor, una digresión sobre una leyenda aderezada con la experiencia del famoso viaje en el que se supone se inspiró. Bueno, no sé si un músico en las condiciones estomacales en que estaba Wagner en aquel cascarón cargado de guisantes puede estar en condiciones para pensar en cómo situar las corcheas en el papel, pero vaya, la idea es bonita; además el propio Wagner dio pábulo a ello al escribir sobre el asunto un extenso capítulo en su Mi vida. Escuché a Heras-Casado en un concierto la Obertura de la obra, y me pareció un poco eso: tempi muy apretados y rapiditos, una idea del sonido orquestal tendente a lo seco, todo muy apremiante… Lo cierto es que, como dice Irurzun, uno de los reclamos de esta producción es la presencia en el foso del granadino. ¿Y la Fura? Se nos anuncia que el puerto marino se traslada desde las gélidas aguas del Mar del Norte a Asia, a un cementerio de barcos mercantes situado en Bangladés, en el Golfo de Bengala, donde no hace precisamente frío. Con la Fura de Ollé y compañía nada se puede conjeturar. No he visto esta producción, que se estrenó en 2014 en Lyon, así que lo mejor es correr el velo y esperar. Pero desde luego no perdérsela. Pedro González Mira.
WAGNER: El holandés errante. Evgeny Nikitin/Samuel Youn, Kwangchul Youn/
Dimitry Ivashchenko, Ingela Brimberg/Ricarda Merbeth, Nikolai Schukoff /
Benjamin Bruns, Kai Rüütel/Pilar Vázquez, Benjamin Bruns/Roger Padullés. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Pablo Heras-Casado. Dirección de escena: Álex Ollé. Sábado 17, 20.00; domingo 18, 18.00; martes 20 y viernes 23, 20.00. Resto funciones: días 26, 27, 29 y 30 de diciembre; 2 de enero. Precio: entre 11 y 382 €. (día 177); entre 11 y 214 €. (resto).
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