Welser-Möst y la crítica: caza de brujas
Welser-Möst y la crítica: caza de brujas
Tomado de http://flvargasmachuca.blogspot.com/
Ha sido un escándalo (enlace) en el mundillo de la crítica musical estadounidense: el crítico de Plain Dealer of Cleveland Donald Rosenberg ha sido reubicado en la redacción del periódico, después de 28 años cubriendo regularmente los conciertos de la orquesta que fue un día de George Szell, por sus valoraciones habitualmente negativas del enfoque interpretativo (que no de la técnica) de quien ha vuelto a ser renovado como titular de la portentosa formación norteamericana, el austríaco Franz Welser-Möst.
Más conocido como “Franckly Worse-than-Most”, el joven director es seguramente uno de los mayores petardos de la dirección orquestal de nuestros días. Escúchese, por ejemplo, su preludio de Meistersingers en el DVD de 2002: una disparatada interpretación, precipitada, parca en matices y aséptica, de sonoridades ingrávidas, carente de grandeza, de vuelo lírico y de emoción, amén de pretenciosa por ir de desmitificadora. O el primer minuto de la Novena de Bruckner, también en DVD, donde cae en el más absoluto de los ridículos haciendo que esta genial música, en lugar de atmosférica y ominosa, suene frívola y pimpante, nada menos.
Rosenberg seguramente no tiene otra culpa que la de ser sincero a la hora de escribir su opinión. Pero claro, habrá músicos, abonados y lectores que no estén de acuerdo con él. Por no hablar del propio Welser-Möst. Me lo imagino cogiendo el teléfono y llamando a la redactora jefe Susan Goldberg. “Mira, que ya empiezo a estar un poquito harto de ese crítico tuyo que me tiene manía. Tú sabes que la orquesta está contentísima conmigo. Si me acaban de renovar hasta el 2018… El público aplaude a rabiar. Y ahí tienes los discos que he grabado, aquí en América y en Europa. Por ahí fuera me hacen unas críticas estupendas. Oye, tú sabes que yo respeto la libertad de prensa, faltaría más. Pero una cosa es el respeto y otra cosa aguantar a un amargado que no soporta que haya sustituido a s querido Dohnanyi. Claro, nadie es profeta en su tierra… La envidia, qué mala es.”
“Te recuerdo, bonita, que llevamos años poniendo publicidad en vuestras páginas, eh, y que la pagamos bien cara. ¿Y que pensará la gente de que vuestro editor (Terrance C. Z. Egger) sea patrono de la orquesta? Vamos, no se entiende que por un lado apoyéis nuestro trabajo y por otro os dediquéis a hundirlo. La cultura en nuestra ciudad no se merece esto, tú lo sabes. Pero vamos, si siguen así las cosas, tendremos que replantearnos muy seriamente nuestra colaboración con el periódico. Es cuestión de coherencia, ¿no?”.
Y la señora Goldberg se bajó los pantalones. Una larguísima lista de miembros de la Asociación Estadounidense de Críticos Musicales le han enviado una carta de protesta (enlace) que, presumiblemente, ella y su editor se pasarán por el Arco de la Estrella, París, Francia, más conocido como Arco del Triunfo. El dinero manda. Claro que estas cosas sólo ocurren en la América profunda de la siniestra etapa, parece que ya felizmente cerrada, de George Bush Jr. En la España libre y tolerante de Zapatero estas cosas no ocurren. Ni menos aún en la Andalucía imparable de Manuel Chaves. ¿Verdad que no?
Pelotas
Pelotas, aduladores, lameculos… En todas las épocas y todos los ámbitos ha existido semejante clase de gente. Pero yo diría que en el ámbito artístico son más abundantes aún. Lógico. El artista, como persona que trabaja de cara al público, se ha de alimentar necesariamente de la respuesta positiva de quienes aplauden y reconocen su talento. Esto es perfectamente natural. También los profesores, que trabajamos diariamente con un público muy particular delante de nuestras narices, necesitamos percibir que se nos está siguiendo, que nos están comprendiendo y que nuestra labor, a la hora de las calificaciones, se ve reconocida con el éxito de aquellos alumnos que han puesto de su parte.
A todos nos gusta un elogio; y más a quien vive delante de un público, sea de la clase que sea. Y a todos nos cuesta reconocer nuestros errores. Si alguien nos dice que todo lo hacemos de maravilla nos quedaremos muy satisfechos, esto es natural. Pero también puede ocurrir que si no estamos muy despiertos, caeremos en la tentación de considerar inteligentes y sabios a quienes nos elogian y, peor aún, enemigos ignorantes a quienes se atreven a señalar, con razón o no, nuestras presuntas insuficiencias. No por ello, por nuestra inconsciente egolatría, vamos a sentirnos culpables. Ahora bien, quienes deberían ser merecedores de todo nuestro desprecio son quienes, aprovechando tal circunstancia y de manera muy, pero que muy consciente, intentan caer en gracia con la adulación más descarada.
Desgraciadamente, se ha demostrado que en el mundo de la crítica -no sólo musical, sino artística en general-, esta actitud es con frecuencia la que prospera. Muchos artistas, y gestores, y artistas-gestores, no quieren críticos. Quieren aduladores. O aduladores que se hacen pasar por críticos. Personas que les van a decir que cualquier cosa que hagan la hacen maravillosamente, y que de paso no van dejar de ningunear a quienes tienen una opinión disconforme; incluso participarán en las cazas de brujas desatadas contra quienes se apartan de la “ortodoxia”, como en los tiempos de la Inquisición.
Es larga la lista de quienes gracias a su habilidad para poner la pluma (y la lengua, en todos los sentidos) al servicio de determinados personajes con poder han recibido, y seguirán recibiendo, prebendas de todo tipo. Les ha ido bien. Les seguirá yendo bien. Lo tienen todo de su parte. Se saldrán siempre con la suya: un buen lametón mueve montañas. El único consuelo que nos queda es saber que los adulados, en el fondo, son perfectamente conscientes de la volubilidad e insinceridad de quienes les elogian. Algo que, a la postre, puede hacerles muy infelices.
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