Zimermann, apasionado romanticismo
Grandes Intérpretes
Zimermann, apasionado romanticismo
Obras de Bach, Beethoven y Szymanowski. Kristian Zimermann, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de mayo.
Krystian Zimermann (Zabrze, Polonia, 1956) ha vuelto a dejar constancia de su calidad en su nueva visita a Madrid en el ciclo de Grandes Intérpretes de Scherzo. Para muchos se trata del mejor pianista de la actualidad y la relativa escasa frecuencia con que se prodiga realza aún más su figura. También la realza, para qué vamos a negarlo, la excentricidad de viajar conduciendo una camioneta en la que van sus pianos, como si fuera el carromato de un titiritero de la edad media, o el hecho de que estos hayan de pernoctar en su mismo hotel, que ha de poseer un garaje donde entre el alto de su furgoneta.
Cuenta su biografía que conoció a Arthur Rubinstein a los veinte años y que, dos años más tarde, se alzó con la medalla de oro del Concurso Chopin de Varsovia. Lo cierto es que es hoy el máximo representante de la gran tradición romántica, heredero directo del mítico compatriota polaco que tantos buenos recuerdos dejó en España. Esta característica no puede olvidarse a la hora de juzgar sus interpretaciones, sobre todo cuando aborda repertorios lejanos al romanticismo. Habrá quien discuta, y con toda la razón, si la “Partita n.2” de Bach estaba o no en estilo, pero quien se acerca a escuchar a Zimermann ya lo ha de saber. Su Bach saca todas las posibilidades de los pianos actuales y él no intenta en absoluto que el sonido se parezca al clave, más bien todo lo contrario, a veces la sonoridad adquiere la potencia de un Bach tocado en un órgano. Sustituyó las anunciadas “Klavierstücke Op.119” de Brahms –todo romanticismo- por la “Sonata n.8, Op. 13, Patética” de Beethoven, obra juvenil pero cuya introducción no anda lejana de la de la “Sonata n.32, Op.111”, también escrita en la tonalidad de do menor, interpretada así mismo en este recital. En ambas, como antes en Bach, el solista se empleó a fondo con el pedal, cambió tempos, se adornó con rubatos, aceleró en ocasiones… todo lo que caracteriza una escuela determinada pianística que se haya en las antípodas del clasicismo de un Brendel o la frialdad analítica de un Pollini.
Terminó el programa, al que sólo añadió como propina un fragmento del Brahms eliminado, con las “Variaciones sobre una canción polaca, Op.10” de Szymanowski, una partitura en la que dejó claro estar muy sobrado de técnica, ser capaz de obtener un potentísimo sonido y saber crear música. Se escuchan muy pocos recitales de esta categoría y es una pena que haya que esperar dos o tres años para volver a tener a Zimermann en Madrid. Gonzalo Alonso
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