Beethoven: La soledad amante
La soledad amante
Desconozco si las personas que tienen por profesión ser escritores o que utilizan la escritura con asiduidad para sus varios menesteres, les resultan fáciles las primeras líneas del trabajo que van a iniciar. A mí siempre me ha supuesto una especial tarea de reflexión, a pesar de conocer con anterioridad el tema a tratar. En este caso la dificultad adquiere un volumen difícil de administrar para desarrollar -dura pretensión- determinadas ideas (muy subjetivas) sobre la personalidad de uno de los hombres geniales que más impacto han tendido desde el final del siglo XVIII al presente.
Hago con ello referencia directa a Ludwig van Beethoven, un auténtico prodigio de la inteligencia y digno de un profundo estudio por quienes están capacitados en las especialidades médicas de la neurología y de la psiquiatría, cual no es el caso del autor de estas líneas, escritas desde los propios sentimientos y sin el afán de sentar cátedra alguna. Sólo puedo decir que desde mi infancia, allá en el año 1.951, a la edad de 7, cuando por primera vez escuché su Novena Sinfonía, la llamada ‘Coral’, en una sesión vespertina en el Teatro Filarmónica de Oviedo, su música ha estado siempre presente a lo largo de mi vida y me ha servido para estudiar, preparar asuntos judiciales, buscar relajamiento o excitación en momentos de cuesta abajo.
Lo que no he encontrado es un estudio profundo sobre la personalidad mental y sobre las interconexiones neuronales de aquel genio mientras componía. Es en 1814 cuando empieza a ser consciente de que las ondas acústicas vibran en su aparato auditivo cada vez más débilmente, llegando a la sordera total con la edad de 44 años. Tiene que servirse, en un principio, de unas trompetillas o artilugios que colocados en el conducto del oído externo le permitían intuir determinados sonidos, por lo que se decide, entonces, a usar los llamados ‘Cuadernos de conversación’ con los que buscaba la interlocución escrita con sus amigos o terceras personas que a él le interesaban.
Pero todo esto es conocido y sobre ello se ha escrito en abundancia. El misterio está en sí propiamente, en su reacciones -internas y externas- de las emociones que exterioriza y que manan en un ser superdotado por la Divina Providencia para escribir música sin poder escucharla. Ahí empieza lo que me permito llamar la SOLEDAD AMANTE. En su caso no había mayores problemas para la vista, ni para el tacto (llegó a utilizar varillas colocadas sobre las cuerdas del piano que se posaban en sus labios y sujetaba con los dientes para apreciar las vibraciones de cada nota), soportó bien sus ataques de asma infantiles, sus problemas gástricos intestinales en la juventud. Asumía sus procesos diarreicos, sus vómitos, sus problemas renales y la hinchazón del abdomen, pero ¡era sordo!
El modesto juicio de quien aquí escribe y usted tiene a bien leer (con absoluto respeto a su conformidad o disconformidad sobre ello), Beethoven tiene dos obras cumbre, que revolucionan el mundo de la música en un antes y para un después. Su Missa Solemnis, opus 123, compuesta entre 1819 y 1823, de la que el enorme Wilhelm Furtwängler se negó a dirigir, al considerarse incapaz de lograr un resultado que diera justicia al mensaje y a la grandiosidad de esta obra, ya que él la consideraba casi sagrada y la mejor de todas las escritas por el compositor. Ser sordo y construir semejante monumento de melodías rompedoras y armonías de tan compleja construcción en un modo tan absoluto (haciendo fácil lo muy difícil), era, para Bruno Walter, llegar a las profundas esencias de las cualidades y sentimientos humanos. Y entonces queda en el aire, sin resolver la pregunta: ¿Cómo funcionó el intelecto de Beethoven para semejante creación? ¿Quién puede decirlo? ¿Quién nos puede dar luz al respecto?
La otra obra beethoveniana, que también hace cumbre con la anterior, es su única ópera: Fidelio o el amor conyugal (Fidelio oder die eheliche Liebe) opus 72, en la que los conceptos del amor absoluto y la lucha por la libertad tienen tal intensidad, que tan solo se pueden llegar a entender -amén de escuchar y escuchar y volver a escuchar la obra, sabiendo bien el idioma alemán de principios del siglo XIX o siguiendo un buen libreto en castellano-, como el propio compositor lucha contra su partitura y llega a escribir hasta cuatro oberturas, las llamadas Leonora. El tormento neurológico tuvo que ser escalofriante. También Furtwängler, cuando la dirige en 1948 en Salzburgo (Europa aún humeaba el final de la II Guerra Mundial y la derrota del nazismo) vive tal catarsis intelectual que manifiesta al respecto, sin olvidar su personal nacionalidad alemana: “El apasionamiento que se contiene en estos pentagramas, no es música, es el propio Beethoven … Su Fidelio tiene más de Música que de Ópera, pues los sentimientos que expresa proceden de la esfera de lo sagrado, predicando una ‘Religión de humanidad’ … El mensaje de Fidelio nos afecta hondamente … Nos percatamos de que para nosotros los europeos, como para el resto de los hombres, esta música siempre representará una llamada a nuestra conciencia”.
Comprender el calado y la profundidad musical de estas dos obras nos llevaría a un análisis profundo de dos documentos autógrafos de Beethoven. El primero es el famoso Testamento de Heiligenstadt, (todo un tratado de filosofía humanista) pequeña localidad hoy dentro la gran Viena, escrito el 6 de octubre de 1802, con un pequeño apéndice redactado 4 días después. En esta disposición de últimas voluntades -más espirituales que materialistas- ya refleja su desesperación cuando escribe que para mostrar su impotencia no puede decir a quienes le rodean “¡Hablad alto, gritad, porque estoy sordo!”.
El segundo manuscrito que junto al primero siempre llevaba entre sus ropas y luego fueron encontrados en un cajón de su escritorio está datado en 1818; se trata de una carta dirigida a la “Amada Inmortal”, desconociéndose a la fecha, por muchas especulaciones que se han hecho, por cuantas investigaciones biográficas se han escrudiñado en relación con las amistades femeninas de Beethoven, quién era, físicamente, la destinataria de ese texto. Otro misterio que se llevó en la barca de Caronte, a los 57 años. Esta carta fechada, al parecer, el día 6 de julio, y corregida en parte al día siguiente, 7, está escrita a lápiz, y contiene -en 5 páginas- una emotividad de sentimiento del amor en tal grado que, humildemente, creo que no tuvo destinataria alguna, haciéndome siempre la misma pegunta: ¿Y si esa carta estaba pensada, escrita y deseada para su amor inmortal que en realidad era ¡SU MÚSICA!? ¿Esta carta no es de alguna forma un complemento no explicitado pero que bien podía concatenarse con su famoso testamento? En ambos está el alma de Beethoven. Ojalá, algún doctor en medicina, especializado en psiquiatría, altamente cualificado, con experiencia y de reconocido prestigio, se atreviera a hacer, sobre ambos documentos, 250 años mirando hacia atrás, un estudio analítico y científico, profundo, sobre la mente de Ludwig van Beethoven, quien nos dejó el pensamiento de que “La música debe hacer brotar sangre del corazón del hombre y lágrimas del corazón de la mujer”. Testamento y carta: un binomio inalterable, para lo profundo en el permanente deseo y pasión de este genio: ¡LA SOLEDAD AMANTE DEL AMOR! Manuel Cabrera.
Consulte toda la serie dedicada a celebrar el 250 aniversario de Beethoven siguiendo estos enlaces:
Beethoven, el falso romántico.
Cronología de la vida de Beethoven.
Discografía de Beethoven 250 años después.
Sonatas para piano de Beethoven. Historia de un viaje fascinante.
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